Una calle para Santa Ángela a los dos días de su muerte

Sor Ángela de la Cruz, la obrera sevillana que se hizo pobre con los pobres, la zapatera iletrada capaz de escribir textos de hondura mística a la altura de Santa Teresa de  Jesús y de San Juan de la Cruz,  que quiso ser habitante de la Cruz, falleció el miércoles 2 de marzo de 1932, a los 86 años de edad. La muerte se produjo tras nueve meses de enfermedad, ya que el 7 de junio de 1931 la fundadora de las Hermanas de la Cruz sufrió una embolia cerebral. En julio perdió el habla definitivamente, después de pronunciar las palabras del padre Torres Padilla, cofundador del Instituto: “No ser, no querer ser, pisotear el yo”.

En la tarima en la que murió sus hijas  la  llevaron a la capilla. Desde ese día y hasta el sábado 5 en que fue enterrada, puede decirse que toda Sevilla, sin distinción de edad y condición, acudió a rendirle el último  homenaje, y es que los sevillanos  no tenían dudas de que había muerto una santa. Y así lo refrendan cada año visitando ese día el cuarto donde murió. Varios doctores reconocieron el  cadáver y afirmaron que se encontraba en perfecto estado y no presentaba rigidez cadavérica ni signos de descomposición. De ello levantó acta el notario Félix Sánchez Blanco. Como las nuevas leyes de la República prohibían el enterramiento en sagrado, el cardenal Ilundain y Pedro Parias gestionaron la autorización, con la ayuda del ministro de la Gobernación, el gobernador civil y el alcalde, para que fuera enterrada  en la cripta de la Casa Madre, donde ya reposaban desde 1883 los restos mortales del padre Torres Padilla.

Dos días después de su muerte, cuando los sevillanos aún lloraban ante su cadáver, el Ayuntamiento, que presidía José Fernández de la Bandera, acordó por unanimidad que constase en acta el sentimiento de la Corporación por la muerte de la insigne religiosa y que se rotulase con su nombre la calle Alcázares, la del convento.

Desde entonces Sevilla nunca olvida su cita del 2 de marzo con Santa Ángela de la Cruz. Es una fecha que está escrita en el corazón, tiene aroma de violeta, la flor de la humildad, y resume el agradecimiento a tantos favores y milagros con que la Madre de los Pobres intercede por sus devotos.

Gloria Gamito