Empezar a caminar… junto a Él

Me llamo Leticia. En estas líneas que estás leyendo me gustaría contarte algo que es importante para mí, que me ha cambiado la forma de ver la vida y también de vivirla. Para ello, voy a abrirte un poquito las puertas de mi corazón para dejar que te asomes dentro de mi vida y así poder entender lo que quiero contarte y cómo sucedió todo.

Tuve una infancia difícil. Nací y crecí sin el amor de una madre y de un padre. En mi casa, por diversos motivos, faltó el amor y con ello también la misericordia. Yo miraba a mi alrededor y veía a mis compañeros felices con sus familias. También con sus problemas, pero felices en general. Con sus padres, con sus madres… con los que formaban su hogar. A veces pensaba que por qué yo no y que, si mi vida iba a ser así, ¿para qué estaba yo allí? ¿Sería que me iba a morir pronto?, porque… ¿qué sentido tenía una vida así? Crecer bajo esas circunstancias es muy difícil. Te sientes poco querida, insegura, abandonada… Al final a veces te acabas cuestionando si el problema eres tú. Es difícil entender cuando eres pequeño, que la parte supuestamente encargada de cuidarte, protegerte, de quererte, te ha hecho daño y te ha abandonado. Algunos físicamente, y otros, porque aun estando allí, no eran capaces de proporcionártelo. Se generan muchas heridas que se acaban convirtiendo en cicatrices que se incrustan en tu corazón y te duran gran parte de tu vida, si no toda. En mí se creó en ese corazón un vacío que no se llenaba con nada. Pensaba que el corazón era como una caja con diversos compartimentos: unos para tu familia, otros para tus amigos, otro para tu pareja, etc. Y que eran intercambiable. Si te faltaba uno, te faltaba, no se tapaba con otro. En esos compartimentos no sabía que se podía tener a Dios.

Entonces yo no lo tenía a Él en mi corazón, y si lo tenía no lo sentía así. Yo era cristiana, católica y conocía a Dios. Había hecho la comunión, mis catequesis… pero no había tenido ese encuentro personal con Él.

Un día me invitaron a un retiro en mi parroquia. Allí viví un encuentro personal con Dios que me ha ayudado mucho a sentirlo de otra manera y a empezar a caminar de otra forma… junto a Él. Cuando dejas que Él sea parte de ti, todo adquiere otra dimensión. Empiezas a ver algunas cosas de otra manera y comienzas a entender otras como nunca antes lo habías hecho. Yo empecé a experimentar eso unos meses antes del retiro y me empecé a llenar de algo que no había sentido antes. Que me daba paz ante algunas adversidades. Aun así, con mis malos momentos, ¡claro! pero de otra forma. Creo que me he puesto en camino, un camino del que ahora tengo sed, y en el que quiero seguir avanzando. Soy consciente de que esto hay que trabajarlo, porque la vida al final te arrastra y esto se diluye. Me he dado cuenta de la importancia de vivir la fe en comunidad. Esto que sentimos hay que compartirlo. Nuestros testimonios son importantes para otros al igual que los de otras personas hacia nosotros. Sus consejos, su forma de vivir la fe, la vida… Son tesoros inagotables. Nos edifican espiritualmente. ¡Ojalá sea así, y esto que siento y pienso hoy siga creciendo dentro de mí! Y que algún día yo esté llena del Espíritu, que te hace querer ser mejor y te da un amor y paz antes no experimentado y que yo sea capaz de iluminar y ayudar a otros como me han ayudado a mí.

Me gustaría terminar haciéndote una pregunta: Esto que he compartido contigo… ¿piensas que Dios no lo tiene preparado también para ti?

Leti

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