La caseta del Nuevo Testamento en la Feria de Abril

En una crónica periodística sobre el ambiente previo en las iglesias de las que iban a salir las hermandades que harían la estación de penitencia en la última Madrugá, me salió un juego de palabras que sin descubrir la pólvora sí puede valer para encuadrar esta reflexión sobre cómo vive un cristiano la Feria de Abril.

En ese recorrido por los Gitanos, Macarena, Gran Poder, Silencio, Calvario y Esperanza de Triana, cuando la calle se convierte en un gigantesco templo, pues no otra cosa es la Semana Santa, la ciudad asistiría a la fiesta de la Fe. Dos semanas después, sin solución de continuidad, en la ciudad efímera se llevaría a cabo el ceremonial de la fe en la Fiesta. La Feria de Abril, cuya temporada taurina empieza paradójicamente el Domingo de Resurrección.

El Ayuntamiento presenta cada año un cartel de Fiestas Primaverales uniendo ambas celebraciones. No han terminado de desmontar los palcos de la plaza de San Francisco por donde han pasado las hermandades y ya está terminada la portada de Feria, que este año reproduce el Círculo Mercantil en el 150 aniversario de su existencia. La Feria la crearon el vasco José María Ybarra, que fue alcalde de Sevilla, y el catalán Narciso Bonaplata, que tuvo fundiciones en la ciudad, el año de 1848, siendo Papa Pío IX. Este año cumple 170 años de historia. Y 45 desde que el alcalde Juan Fernández Rodríguez García del Busto, que fue hermano mayor de Pasión, decidió trasladarla desde el Prado de San Sebastián al real de Los Remedios, junto a Tablada.

Hay una serie de cualidades innatas a esa fiesta que encarnan los valores del creyente

Este país está jalonado por fiestas que atraen la atención de visitantes de todo el mundo: los Sanfermines en Pamplona; los Carnavales de Cádiz; las Fallas de Valencia; la Tamborrada de San Sebastián; la fiesta del Pilar de Zaragoza… Pero Sevilla debe ser la única que ofrece esta dualidad de la fiesta sagrada y su correlato civil, separadas por dos semanas y de forma excepcional por una sola. ¿Son contrarias o complementarias utilizando esa dicotomía de Antonio Machado? Una mirada superficial puede pensar que son fenómenos antagónicos, viendo la primera como recipiente de las virtudes y la segunda de los pecados.

Desde la fe, con el telón de fondo de las sevillanas que suenan en las casetas y el ruido de los atalajes de los coches de caballos, alguien pensará que la Feria es un universo extraño para la profundización de los valores cristianos. Y puede ser todo lo contrario. Hay una serie de cualidades innatas a esa fiesta que encarnan los valores del creyente: la hospitalidad que se le dispensa al amigo pero también al desconocido, el encuentro entre las familias, el cultivo de la amistad…

Sevilla es una ciudad que sabe humanizar lo divino y divinizar lo humano

En la primera lectura del domingo anterior al primero de Feria, en los Hechos de los Apóstoles, el texto empezaba así: “El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común…”. Recuerda al discurso de los cabreros del Quijote. Una caseta no es una iglesia, pero puede ser un lugar donde se vivifiquen episodios modernos del buen samaritano o del hijo pródigo.

La mayoría de las hermandades tienen caseta en el real, donde en cierta forma se continúa la labor que realizan el resto del año en la casa-hermandad. ¿Que en la Feria pueden campar también la prepotencia, la ambición y las apariencias? ¿Quién duda de que esos disfraces del demonio, que nunca descansa como nos enseñaba Sancho, no están también presentes en la otra fiesta de la ciudad? Sevilla es una ciudad que sabe humanizar lo divino y divinizar lo humano. El complemento perfecto. La estación de penitencia y la de primavera, medio Albinoni con sevillanas gregorianas. En una ciudad de quita y pon donde San Juan Pablo II celebró una misa multitudinaria en noviembre de 1982, la promesa del paraíso en la calle del Infierno, y ahora está inmortalizado en el callejero junto a esta red de calles con nombres de toreros, esa cuadrilla mitológica de discípulos de Hércules que tienden un puente entre la Semana Santa y la Feria de Abril. Donde, volviendo a Machado, se puede ser devoto de Frascuelo y de María.

Texto de Francisco Correal
Fotografías de Juan Carlos Vázquez

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