Jueves de la 5ª Semana (B)

Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,24-30):

En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Se alojó en una casa, procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió; una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era griega, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.
Él le dijo: «Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella replicó: «Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños.»
Él le contestó: «Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija». Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.

Comentario

 Deja que coman primero los hijos

Seguro que tienes tu orden lógico (humano, podríamos decir) para repartir. La caridad bien entendida empieza por uno mismo, decimos, y luego van los hijos y la familia extendida y después los amigos, los conocidos y después los vecinos, la gente con la que intercambias apenas un saludo, los compatriotas y por último, el resto del mundo. Ese es nuestro orden. Que Jesús, aparentemente, parece respetar porque en el Evangelio del día habla en parábola sobre la predicación a los judíos y, sólo más tarde, a los gentiles, identificados con los perros en aquellos tiempos. Aparentemente porque la mujer fenicia que le implora consigue, al fin, la curación de su hija endemoniada. Estamos tentados de reservar la Nueva Evangelización para los hijos de la Iglesia, para los bautizados aunque estén alejados. Pero el anuncio de la Buena Noticia es para todos: para los de dentro y los de fuera, los ardientes, los tibios y los fríos, los convencidos y los escépticos. “También los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños”, le replica la griega de Siria a Jesús. Todos tienen derecho a degustar entera su Palabra y no tener que conformarse con un cachito. Aunque no sea el orden que tenemos en la cabeza.

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