Miércoles de la 5ª Semana (B)

Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,14-23):

En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo: «¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina.»
Con esto declaraba puros todos los alimentos. Y siguió: «Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»

Comentario

Todas esas maldades salen de dentro

El catálogo de maldades que Jesús enuncia en el Evangelio del día sobrecoge. Ahí va del tirón: “Del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”. Y esa indecente colección de abominaciones que nos parece tan abrumadora está a la orden del día en los periódicos, en la televisión o en las redes sociales. Repasa mentalmente: un hermano que mata a otro, un menor inimputable que deja embarazada a su hermana pequeña, un narcotraficante que mueve toneladas de droga, un gobierno injusto que mantiene al borde de la extenuación a su pueblo… para qué seguir. Muchos, de hecho, se declaran sobrepasados por tales malas noticias y expresan su desencanto con el género humano, así en general. Como si ellos estvieran libres de pecado y algo externo los infectara: un virus pecaminoso como los judíos creían que ocurría con los alimentos impuros. Pero los cristianos sabemos que el pecado está en la raíz de la condición humana y que el mal -cada uno sabe en qué proporción- anida en cada uno de nosotros. Por eso no nos dejamos invadir por la desesperanza, porque el Redentor nos ha dado en la cruz las armas con que mantener a raya semejante panoplia de maldades.

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