Camino de la Pascua en Clausura

¿Cómo se viven la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua al otro lado del torno?

La respuesta es fácil: de la misma manera que cualquier católico practicante, salvo que de una forma más intensa, yo diría que casi exclusiva, porque las comunidades contemplativas han optado por la oración de forma radical. La Cuaresma es un tiempo penitencial, de compunción y preparación para la Resurrección, el momento culminante de la fe cristiana.

La Cuaresma ha cambiado mucho desde que éramos niños los que ya peinamos canas, pero su espíritu es el mismo, no podría ser de otra manera. Recuerdos de velos morados tapando los altares para que toda la atención se centrase en el Sagrario, cánticos penitenciales y viacrucis íntimos por las naves de la iglesia, sin necesidad de salir a la calle con imágenes, salvo casos concretos.

Una Cuaresma íntima, para ser vivida de cara al espíritu más que al exterior.

Así es la Cuaresma conventual.

El espíritu penitencial está presente todo el año en las clausuras, pero en estas fechas se acentúa para tomar conciencia del ciclo litúrgico.

Abstinencia, como todo el año en muchas comunidades, de carne y pescado, viernes de ayuno a veces limitado a pan y agua, trabajo ofrecido a Dios como una forma más de oración que, de camino, les hace volver a quienes se acerquen por el torno a comprar dulces, a los sabores tradicionales que quedaron marcados para siempre en la memoria en forma de pestiños o torrijas.

El Domingo de Ramos no falta en las clausuras la procesión de las palmas.

En algunas, como en San Clemente, tiene lugar por las galerías del claustro, tras el reparto de las ramitas de olivo. Oficios de Jueves y Viernes Santos, Misa in Coena Domini, Vigilia Pascual del Sábado Santo, todo se celebra con intensidad e intimidad.

En algunas se hacen procesiones internas como la que se celebraba en Santa Paula en la noche del Jueves Santo con un paso de un Ecce Homo y un palio, con la Virgen acompañada por San Juan, que las monjas llamaban de la Amargura.

Especial encanto tiene la visita en la tarde del Jueves Santo a los monumentos instalados en los templos conventuales. La gracia, el cariño y la sensibilidad con que las monjas instalan los altares en los que se expone el Santísimo, son un complemento que aporta intimidad a los sagrarios parroquiales.

Resulta fácil establecer una ruta a estos monumentos conventuales, lo que para muchos puede suponer una oportunidad de volver a entrar en templos que, por su horario limitado, tal vez haga tiempo que no visiten.

La Semana Santa de este año, por segunda vez consecutiva, será diferente en nuestra Archidiócesis. No habrá pasos en la calle, pero su espíritu será el mismo y, no hay duda, supondrá una oportunidad para vivir esos días en los que la penitencia se mezcla con la fiesta, de una forma más íntima y espiritual.

Y el Domingo de Resurrección nada acaba, sino que todo empieza. Con la llegada de la Pascua toma sentido la fe del cristiano y el hombre nuevo renace y vuelve el tiempo ordinario.

No hay que olvidar que el torno y las rejas, son solamente símbolos que no separan, sino que unen. Al otro lado todo seguirá igual, nada cambia en  la vida contemplativa.

 

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