Resumen de las catequesis del Papa Francisco en la Semana Santa 2019

MISA DEL JUEVES SANTO

Hace unos días recibí una bonita carta de un grupo de ustedes que no estarán aquí hoy, pero que han dicho cosas tan hermosas. Gracias por lo que escribieron. En esta oración estoy muy unido a todos: a los que están aquí y a los que no están.

Hemos escuchado lo que Jesús hizo en la Última Cena. Es interesante. El Evangelio dice: «Sabiendo Jesús que el Padre lo había puesto todo en sus manos», es decir, que Jesús tenía todo el poder, todo. Y entonces, comenzó a hacer este gesto de lavar los pies. Era un gesto de los esclavos de la época, porque no había asfalto en las calles y la gente, cuando llegabaa un lugar, tenía polvo en los pies; cuando llegaban a una casa para una visita o un almuerzo, estaban los esclavos que les lavaban los pies. Y Jesús hace este gesto: les lava los pies. Hizo un gesto como un esclavo: Él, que tenía todo el poder, Él, que era el Señor, hizo el gesto como un esclavo.

Y luego aconsejó a todos: «Haced este gesto entre vosotros», es decir, serviros unos a otros, ser hermanos en el servicio, no en la ambición de los que dominan al otro o de los que pisotean al otro o de los que… no: servicio, servicio. ¿Necesitas algo, un servicio? Lo haré por ti. Esto es la hermandad. La fraternidad es humilde, siempre: está en servicio.

Y ahora yo voy a hacer este gesto -la Iglesia quiere que el obispo lo haga cada año, una vez al año, al menos el Jueves Santo- para imitar el gesto de Jesús y también para hacer el bien a sí mismo con el ejemplo, porque el obispo no es el más importante: el obispo debe ser el más servidor. Y cada uno de nosotros debe servir a los demás. Esta es la regla de Jesús y la regla del Evangelio: la regla del servicio, no de la dominación, de hacer el mal, de humillar a los demás. Servicio.

Una vez, cuando los apóstoles discutían entre sí, discutían «quién es el más importante entre nosotros», Jesús tomó a un niño y dijo: «El niño. Si vuestro corazón no es como el corazón de un niño, no seréis mis discípulos. Un corazón de niño, sencillo, humilde, pero servidor. Y ahí añade algo interesante que podemos conectar con este gesto de hoy. Dice: «Tengan cuidado: los líderes de las naciones dominan. Ellos dominan. No tiene que ser así entre ustedes. El más grande debe servir al más pequeño. El que se sienta más grande, debe ser un siervo». Nosotros también debemos ser servidores. Es verdad que hay problemas en la vida: discutimos entre nosotros… pero esto debe ser algo que pasa, algo temporal, porque en nuestros corazones debe haber siempre este amor de servir al otro, de estar al servicio del otro.

Y que este acto que haré hoy sea para todos nosotros un gesto que nos ayude a ser más servidores unos de otros, más amigos, más hermanos…. más hermanos en el servicio. Con estos sentimientos, continuamos la celebración con el lavado de los pies.

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VIA CRUCIS VIERNES SANTO

Ya han pasado 40 días de la imposición de la ceniza con la que empezamos el camino cuaresmal. Hoy hemos revivido las últimas horas de vida terrena del Señor Jesús, hasta que, suspendido en la cruz, gritó su: “consummatum est”, “está cumplido”. Reunidos en este lugar, en el que millares de personas en el pasado sufrieron el martirio por ser fieles a Cristo, queremos ahora recorrer esta “vía dolorosa” junto a todos los pobres, los excluidos de la sociedad y los nuevos crucificados de la historia actual, víctimas de nuestra cerrazón, del poder y de las legislaciones, de la ceguera y del egoísmo, pero sobre todo de nuestro corazón endurecido por la indiferencia. Una enfermedad, esta última, que también sufrimos nosotros, los cristianos. Que la cruz de Cristo, instrumento de muerte pero también de vida nueva, que une como en un abrazo la tierra y el cielo, el norte y el sur, el este y el oeste, ilumine la conciencia de los ciudadanos, de la Iglesia, de los legisladores y de todos los que se profesan seguidores de Cristo, para que llegue a todos la Buena Noticia de la redención.

 I Estación
Jesús es condenado a muerte

«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (
Mt 7,21)

Reflexión: Señor, ¿quién mejor que María, tu Madre, supo ser tu discípula? Ella aceptó la voluntad del Padre incluso en el momento más oscuro de su vida, y con su corazón destrozado estuvo a tu lado. La que te engendró, te llevó en su seno, te recibió en sus brazos, te alimentó con amor y te acompañó durante tu vida terrenal, debía recorrer tu misma vía del Calvario y compartir contigo el momento más dramático y doloroso de tu vida y de la suya.

Oración: Señor, ¿cuántas madres viven todavía hoy la experiencia de tu Madre y lloran por el destino de sus hijas y sus hijos? ¿Cuántas, después de haberlos engendrado y dado a luz, los ven sufrir y morir por las enfermedades, la falta de alimentos, de agua, de atención médica y oportunidades de vida y de futuro? Te pedimos por aquellos que ocupan puestos de responsabilidad, para que puedan escuchar el clamor de los pobres que sube a Ti desde todo el mundo. El grito de todas esas jóvenes vidas, que de muchos modos están condenadas a muerte por la indiferencia generada por políticas exclusivas y egoístas. Que no falte a ninguno de tus hijos el trabajo y lo necesario para una vida honrada y digna.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a hacer tu voluntad”

― En los momentos de dificultad y desesperación.
― En los momentos de sufrimiento físico y moral.
― En los momentos de oscuridad y soledad.

II Estación
Jesús con la cruz a cuestas

«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23)

Reflexión: Señor Jesús, es fácil llevar el crucifijo al cuello o colgarlo como un ornamento en las paredes de nuestras hermosas catedrales o nuestras casas, pero no es tan fácil encontrar y reconocer los nuevos crucificados de hoy: las personas sin hogar, los jóvenes sin esperanza, sin trabajo y sin perspectivas, los inmigrantes obligados a vivir en las barracas en los márgenes de nuestra sociedad, después de haber padecido sufrimientos inauditos. Lamentablemente, estos campamentos sin seguridad son quemados y arrasados, junto con los sueños y esperanzas de miles de hombres y mujeres marginados, explotados y olvidados. Además, ¡cuántos niños son discriminados a causa de su origen, del color de su piel o de su clase social!, ¡cuántas madres sufren la humillación de ver a sus hijos ridiculizados y excluidos de las mismas oportunidades que tienen sus coetáneos y compañeros de escuela!

Oración: Te damos gracias, Señor, porque con tu propia vida nos has dado ejemplo de cómo se manifiesta el amor verdadero y desinteresado hacia los demás, especialmente hacia los enemigos o simplemente hacia el que no es como nosotros. Señor Jesús, cuántas veces también nosotros, igual que tus discípulos, nos hemos declarado abiertamente seguidores tuyos en los momentos en que realizabas curaciones y prodigios, cuando alimentabas a la multitud y perdonabas los pecados. Pero no fue tan fácil entenderte cuando hablabas de servicio y perdón, de renuncia y sufrimiento. Ayúdanos a que sepamos poner siempre nuestras vidas al servicio de los demás.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a esperar”

― Cuando nos sentimos abandonados y solos.
― Cuando es difícil seguir tus pasos.
― Cuando el servicio a los demás se hace difícil.

III Estación
Jesús cae por primera vez

«Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4)

Reflexión: Señor Jesús, en el camino empinado que conduce al Calvario has querido experimentar la fragilidad y la debilidad humana. ¿Cómo sería hoy la Iglesia sin la presencia y la generosidad de tantos voluntarios, los nuevos samaritanos del tercer milenio? En una fría noche de enero, en una calle de las afueras de Roma, tres africanas casi niñas calentaban sus cuerpos jóvenes y semidesnudos acurrucadas en el suelo alrededor de un brasero. Algunos jóvenes, pasando con el automóvil, arrojaron material inflamable al fuego para divertirse, quemándolas gravemente. En ese preciso momento, pasó una de las muchas unidades callejeras de voluntarios que las socorrió y las llevó al hospital para acogerlas después en una casa hogar. ¿Cuánto tiempo pasó y ha de pasar para que esas muchachas se curen, no solo de las quemaduras de sus miembros, sino también del dolor y de la humillación de encontrarse con un cuerpo mutilado y desfigurado para siempre?

Oración: Señor, te agradecemos la presencia de tantos nuevos samaritanos del tercer milenio que viven hoy la experiencia del camino, inclinándose con amor y compasión sobre las numerosas heridas físicas y morales de los que cada noche viven en el miedo y el terror de la oscuridad, de la soledad y de la indiferencia. Señor, hoy por desgracia ya no sabemos descubrir muchas veces quien está necesitado, ni ver quien está herido y humillado. A menudo reclamamos nuestros derechos e intereses, pero olvidamos los de los pobres y los últimos de la fila. Señor, danos la gracia de no ser insensibles a sus lágrimas, a sus sufrimientos, a su grito de dolor porque a través de ellos podemos encontrarte.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a amar”

― Cuando es difícil ser samaritanos.
― Cuando nos cuesta perdonar.
― Cuando no queremos ver el sufrimiento de los demás.

IV Estación
Jesús encuentra a su Madre

«Una espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (cf. Lc 2,35)

Reflexión: María, cuando presentaste al pequeño Jesús en el templo para el rito de la purificación, el viejo Simeón te predijo que una espada atravesaría tu corazón. Ahora es el momento de renovar tu fiat, tu adhesión a la voluntad del Padre, a pesar de que acompañar a un hijo al patíbulo, tratado como un criminal, causa un dolor desgarrador. Señor, ten piedad de tantas madres, demasiadas, que han dejado partir hacia Europa a sus jóvenes hijas con la esperanza de ayudar a sus familias que viven en la extrema pobreza, encontrando en cambio humillaciones, desprecio e incluso, a veces, la muerte. Como la joven Tina, asesinada brutalmente en una calle con solo veinte años, dejando a una niña de pocos meses.

Oración: María, en este momento vives el mismo drama de muchas madres que sufren por sus hijos que se han ido a otros países con la esperanza de encontrar una oportunidad para un futuro mejor, para ellos y para sus familias, pero que, por desgracia, han encontrado humillación, desprecio, violencia, indiferencia, soledad e incluso la muerte. Dales fuerza y valor.

Oremos juntos diciendo: “Señor, haz que sepamos dar siempre apoyo y consuelo, y estar presentes para ofrecer ayuda”

― Para consolar a las madres que lloran el destino de sus hijos.
― Para quien ha perdido toda esperanza en su vida.
― Para quien sufre violencia y desprecio todos los días.

V Estación
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz

«Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo» (Ga 6,2)

Reflexión: Señor Jesús, en el camino al Calvario sentiste el peso y la dificultad de llevar esa áspera cruz de madera. En vano esperaste el gesto de ayuda de un amigo, de uno de tus discípulos o de una de las muchas personas a quienes aliviaste sus sufrimientos. Lamentablemente, solo un desconocido, Simón de Cirene, por obligación, te echó una mano. ¿Dónde están hoy los nuevos cireneos del tercer milenio? ¿Dónde los encontramos? Me gustaría mencionar la experiencia de un grupo de religiosas de diferentes nacionalidades, orígenes e institutos de proveniencia con las que, durante más de diecisiete años, visitamos en Roma todos los sábados un centro para mujeres inmigrantes indocumentadas. Mujeres, a menudo jóvenes, en espera de conocer su destino, en vilo entre la deportación y la posibilidad de quedarse. Cuánto sufrimiento, pero también cuánta alegría percibimos en estas mujeres cuando encuentran religiosas provenientes de sus países, que hablan sus lenguas, que secan sus lágrimas, que comparten momentos de oración y de fiesta, que vuelven menos crueles los largos meses pasados entre rejas y en sórdidas calles.

Oración: Por todos los cireneos de nuestra historia. Para que nunca les falte el deseo de acogerte bajo la apariencia de los últimos de la tierra, conscientes de que, al tender la mano a los más pobres de nuestra sociedad, te acogemos a ti. Que ellos sean samaritanos portavoces de aquellos que no tienen voz.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a llevar nuestra cruz”

― Cuando estamos cansados y desanimados.
― Cuando sentimos el peso de nuestras debilidades.
― Cuando nos pides que compartamos los sufrimientos de los demás.

VI Estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús

«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40)

Reflexión: Pensemos en los niños de diversas partes del mundo que no pueden ir a la escuela y que, en cambio, son explotados en las minas, en los campos, en la pesca; vendidos y comprados por traficantes de carne humana, para trasplantes de órganos; abusados y explotados en nuestras calles por muchos, incluidos los cristianos, que han perdido el sentido de la sacralidad propia y de los demás. Como una menor de edad de cuerpo diminuto, encontrada una noche en Roma, a la que hombres en automóviles lujosos hacían fila para aprovecharse de ella. Y, sin embargo, podía tener la misma edad de sus hijas… ¡Qué desequilibrio puede crear esta violencia en la vida de tantas jóvenes que experimentan solo el abuso, la arrogancia y la indiferencia de aquellos que, de noche y de día, las buscan, las usan, se aprovechan de ellas, y luego las arrojan de vuelta a la calle para caer en las garras del próximo comerciante de vidas!

Oración: Señor Jesús, limpia nuestros ojos para que sepamos descubrir tu rostro en nuestros hermanos y hermanas, especialmente en todos aquellos niños que, en muchas partes del mundo, viven en la miseria y en la degradación. Niños privados del derecho a una infancia feliz, a una educación escolar, a la inocencia. Criaturas usadas como mercancía barata, vendidas y compradas por placer. Señor, te pedimos que tengas piedad y compasión de este mundo enfermo y ayúdanos a redescubrir la belleza de nuestra dignidad como seres humanos, creados a tu imagen y semejanza.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a ver”

― El rostro de los niños inocentes que piden ayuda.
― Las injusticias sociales.
― La dignidad que cada persona posee y que es pisoteada.

VII Estación
Jesús cae por segunda vez

«Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente» (1 P 2,23)

Reflexión: ¡Cuántas venganzas en este nuestro tiempo! La sociedad actual ha perdido el gran valor del perdón, don por excelencia, curación para las heridas, fundamento de la paz y de la convivencia humana. En una sociedad donde el perdón se experimenta como debilidad, tú, Señor, nos pides que no nos quedemos en las apariencias. Y no lo haces con palabras, sino con el ejemplo. A los que te atormentan, tú les respondes: “¿Por qué me perseguís?”, sabiendo muy bien que la verdadera justicia nunca puede basarse en el odio y la venganza. Haznos capaces de pedir y dar perdón.

Oración: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Señor, también tú sentiste el peso de la condena, del rechazo, del abandono, del sufrimiento ocasionado por personas que te habían encontrado, acogido y seguido. Con la certeza de que el Padre no te había abandonado, encontraste la fuerza para aceptar su voluntad perdonando, amando y ofreciendo esperanza a quien como tú recorre hoy el mismo camino de burla, desprecio, escarnio, abandono, traición y soledad.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a dar consuelo”

― A quien se siente ofendido e insultado.
― A quien se siente traicionado y humillado.
― A quien se siente juzgado y condenado.

VIII Estación
Jesús encuentra a las mujeres

«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos» (Lc23,28)

Reflexión: La situación social, económica y política de los migrantes y de las víctimas de la trata de personas nos cuestiona y nos sacude. Debemos tener el valor, como afirma con fuerza el Papa Francisco, de denunciar el tráfico de seres humanos como un crimen contra la humanidad. Todos nosotros, especialmente los cristianos, debemos tomar más conciencia de que todos somos responsables del problema y que podemos y debemos ser parte de la solución. A todos, pero, sobre todo, a nosotras las mujeres, se nos pide el desafío de ser valientes. La resolución de saber ver y actuar, individualmente y como comunidad. Solamente sumando la pobreza de cada uno, esta puede convertirse en una gran riqueza, capaz de cambiar la mentalidad y de aliviar el sufrimiento de la humanidad. El pobre, el extranjero, el que es diferente no debe ser visto como un enemigo que hay que rechazar o combatir sino, más bien, como un hermano o hermana que hay que acoger y ayudar. Ellos no son un problema, sino un recurso valioso para nuestras ciudades blindadas, donde el bienestar y el consumismo no apaciguan el cansancio y la fatiga crecientes.

Oración: Señor, enséñanos a tener tus ojos. Esa mirada de bienvenida y misericordia con la que ves nuestros límites y nuestros temores. Ayúdanos a ver las diferencias de ideas, hábitos y puntos de vista. Ayúdanos a reconocernos a nosotros mismos como parte de la misma humanidad y a convertirnos en promotores de formas audaces y nuevas de acogida a los diferentes, para crear juntos comunidad, familia, parroquias y sociedad civil.

Oremos juntos diciendo: “Ayúdanos a compartir el sufrimiento de los demás”

― Con el que sufre la muerte de sus seres queridos.
― Con el que le cuesta pedir ayuda y consuelo.
― Con el que ha experimentado maltrato y violencia.

IX Estación
Jesús cae por tercera vez

“Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero” (Is 53,7)

Reflexión: Señor, has caído por tercera vez, exhausto y humillado, bajo el peso de la cruz. Como tantas jóvenes, obligadas en las calles por grupos de traficantes de esclavos, que sufren el cansancio y la humillación de ver sus propios cuerpos y sus sueños manipulados, abusados, destruidos. Esas jóvenes mujeres se sienten como desdobladas: por una parte buscadas y usadas, por otra rechazadas y condenadas por una sociedad que no quiere ver este tipo de explotación, causado por el triunfo de la cultura del usar y tirar. Una de las tantas noches pasadas en las calles de Roma, buscaba una joven recién llegada a Italia. Al no verla en su grupo, la llamaba insistentemente por su nombre: “¡Mercy!”. En la oscuridad, la vi acurrucada y dormida al borde de la calle. Al oírme se despertó y me dijo que no podía más. “Estoy exhausta”, repetía… Pensé en su madre: si supiese lo que le ha sucedido a su hija, se quedaría sin lágrimas.

Oración: Señor, ¿cuántas veces nos has dirigido esta pregunta incómoda: “Dónde está tu hermano, dónde está tu hermana”? ¿Cuántas veces nos has recordado que su grito desgarrador había llegado hasta ti? Ayúdanos a compartir el sufrimiento y la humillación de tantas personas tratadas como desechos. Es muy fácil condenar seres humanos y situaciones vergonzosas que humillan nuestro falso pudor, pero no es tan fácil asumir nuestras responsabilidades como individuos, como gobiernos y también como comunidades cristianas.

Oremos juntos diciendo: “Concédenos, Señor, fuerza y valentía para denunciar”

― Ante la explotación y la humillación sufrida por tantos jóvenes.
― Ante la indiferencia y el silencio de tantos cristianos.
― Ante leyes injustas y carentes de humanidad y solidaridad.

X Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras

Revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col3,12)

Reflexión: Dinero, bienestar, poder. Son los ídolos de todas las épocas. También y sobre todo de la nuestra, que presume de los grandes pasos dados en el reconocimiento de los derechos de la persona. Todo se puede comprar, incluso el cuerpo de los menores, despojados de su dignidad y de su futuro. Hemos olvidado la centralidad del ser humano, su dignidad, su belleza, su fuerza. Mientras en el mundo se levantan muros y barreras, queremos recordar y agradecer a todos los que, en estos últimos meses, desde distintas funciones han arriesgado su propia vida, particularmente en el Mar Mediterráneo, para salvar las de tantas familias en busca de seguridad y oportunidades. Seres humanos escapando de la pobreza, las dictaduras, la corrupción, la esclavitud.

Oración: Ayúdanos, Señor, a descubrir la belleza y la riqueza que toda persona y todo pueblo encierran en sí como don tuyo, único e irrepetible, para poner al servicio de toda la sociedad y no para alcanzar intereses personales. Te pedimos, Señor, que tu ejemplo y tus enseñanzas de misericordia y perdón, de humildad y paciencia nos hagan un poco más humanos y, por tanto, más cristianos.

Oremos juntos diciendo: “Concédenos, Señor, un corazón lleno de misericordia”

― Ante la ambición del placer, del poder y del dinero.
― Ante las injusticias infligidas a los pobres y a los más débiles.
― Ante el espejismo de los intereses personales.

XI Estación
Jesús es clavado en la cruz

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)

Reflexión: Nuestra sociedad proclama la igualdad de derechos y la dignidad de todos los seres humanos; pero practica y tolera la desigualdad, acepta incluso hasta sus formas más extremas. Hombres, mujeres y niños son comprados y vendidos como esclavos por los nuevos mercaderes de seres humanos. A su vez, las víctimas de la trata son explotadas por otros individuos. Y finalmente desechadas como mercancía sin valor. ¿Cuántos se hacen ricos devorando la carne y la sangre de los pobres?

Oración: Señor, cuántas personas todavía hoy son clavadas en una cruz, víctimas de una explotación deshumana, privadas de dignidad, de libertad, de futuro. Su grito de auxilio nos interpela como hombres y mujeres, como gobiernos, como sociedad y como Iglesia. ¿Cómo es posible que continuemos crucificándote, siendo cómplices de la trata de seres humanos? Concédenos ojos para ver y un corazón para sentir los sufrimientos de tantas personas que aún hoy son clavadas en la cruz de nuestros sistemas de vida y de consumo.

Oremos juntos diciendo: “Señor, piedad”

― Por los nuevos crucificados de hoy, dispersos por toda la tierra.
― Por los poderosos y los legisladores de nuestra sociedad.
― Por quien no sabe perdonar y no sabe amar.

XII Estación
Jesús muere en la cruz

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34)

Reflexión: También tú, Señor, has sentido en la cruz el peso de la burla, del desprecio, de los insultos, de la violencia, del abandono, de la indiferencia. Solo María, tu madre, y otras pocas discípulas, permanecieron allí, testigos de tu sufrimiento y de tu muerte. Que su ejemplo nos inspire a comprometernos para no hacer sentir la soledad a cuantos agonizan hoy en tantos calvarios dispersos por el mundo, como los campos de acogida similares a campos de concentración en los países de tránsito, los barcos a los que se niega un puerto seguro, las largas negociaciones burocráticas para llegar al destino final, los centros de permanencia, las zonas críticas, los campos para trabajadores temporales.

Oración: Te pedimos, Señor, que nos ayudes a estar cerca de los nuevos crucificados y desesperados de nuestro tiempo. Enséñanos a enjugar sus lágrimas, a confortarlos como supieron hacerlo María y las otras mujeres al pie de tu cruz.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a dar nuestra vida”

― Por cuantos han sufrido injusticias, odio y venganza.
― Por cuantos han sido injustamente calumniados y condenados.
― Por cuantos se sienten solos, abandonados y humillados.

XIII Estación
Jesús es bajado de la cruz

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24)

Reflexión: ¿Quién recuerda, en esta era de noticias vertiginosas, a las veintiséis jóvenes nigerianas, desaparecidas bajo las olas, cuyos funerales fueron celebrados en Salerno? Su calvario fue duro y largo. Primero la travesía por el desierto del Sahara, hacinadas en un improvisado autobús. Después la parada forzosa en los horribles campos de acogida en Libia. Finalmente, el salto al mar, donde encontraron la muerte a las puertas de la “tierra prometida”. Dos de ellas llevaban en su seno el don de una nueva vida, niños que no verán nunca la luz del sol. Pero su muerte, como la de Jesús bajado de la cruz, no fue en vano. Confiamos todas estas vidas a la misericordia del Padre nuestro y de todos, pero sobre todo Padre de los pobres, de los desesperados y de los humillados.

Oración:Señor, en este momento, sentimos resonar una vez más el clamor que el papa Francisco elevó en Lampedusa, meta de su primer viaje apostólico: «¿Quién ha llorado?». Y ahora, después de infinitos naufragios, seguimos clamando: «¿Quién ha llorado?». ¿Quién ha llorado?, nos preguntamos frente a los 26 ataúdes alineados y en los que se distingue una rosa blanca. Solo cinco de ellas fueron identificadas. Con o sin nombre, todas, sin embargo, son hijas y hermanas nuestras. Todas merecen nuestro respeto y recuerdo. Todas nos piden que nos sintamos responsables: instituciones, autoridades y también nosotros, por nuestro silencio y nuestra indiferencia.

Oremos juntos: “Señor, ayúdanos a compartir el llanto”

― Ante los sufrimientos de los demás.
― Ante todos los ataúdes sin nombre.
― Ante el llanto de tantas madres.

XIV Estación
Jesús es puesto en el sepulcro

“Está cumplido” (Jn 19,30)

Reflexión: El desierto y el mar se han convertido en los nuevos cementerios de hoy. Frente a esas muertes no hay respuestas; pero hay responsabilidad. Hermanos que dejan morir a otros hermanos. Hombres, mujeres, niños que no hemos podido o querido salvar. Mientras los gobiernos discuten, encerrados en los palacios del poder, el Sahara se llena de esqueletos de personas que no han resistido el cansancio, el hambre, la sed. ¡Cuánto dolor provocan estos nuevos éxodos! Cuánta crueldad se ensaña con el que huye: los viajes de la desesperación, las extorsiones y las torturas, el mar transformado en tumba de agua.

Oración: Señor, haznos comprender que todos somos hijos del mismo Padre. Que la muerte de tu hijo Jesús haga que los jefes de las naciones y los responsables de las legislaciones tomen conciencia de su rol en defensa de toda persona creada a tu imagen y semejanza.

Conclusión

Queremos recordar la historia de la pequeña Favour, de 9 meses, que partió de Nigeria junto a sus jóvenes padres en busca de un futuro mejor en Europa. Durante el largo y peligroso viaje en el Mediterráneo, su mamá y su papá murieron junto a centenares de personas que se habían fiado de los traficantes sin escrúpulos para poder alcanzar la “tierra prometida”. Solo Favour sobrevivió, también ella, como Moisés, fue salvada de las aguas. Que su vida se convierta en luz de esperanza en el camino hacia una humanidad más fraterna.

Oración: Al concluir tu Vía Crucis, te pedimos Señor que nos enseñes a velar, junto a tu Madre y a las mujeres que te acompañaron en el Calvario, en espera de tu resurrección. Que ella sea faro de esperanza, de alegría, de vida nueva, de fraternidad, de acogida y de comunión entre los pueblos, las religiones y las leyes. Para que todos los hijos e hijas del hombre sean reconocidos verdaderamente en su dignidad de hijos e hijas de Dios y nunca más tratados como esclavos.

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VIGILIA PASCUAL

Las mujeres llevan los aromas a la tumba, pero temen que el viaje sea en balde, porque una gran piedra sella la entrada al sepulcro. El camino de aquellas mujeres es también nuestro camino; se asemeja al camino de la salvación que hemos recorrido esta noche. Da la impresión de que todo en él acabe estrellándose contra una piedra: la belleza de la creación contra el drama del pecado; la liberación de la esclavitud contra la infidelidad a la Alianza; las promesas de los profetas contra la triste indiferencia del pueblo. Ocurre lo mismo en la historia de la Iglesia y en la de cada uno de nosotros: parece que el camino que se recorre nunca llega a la meta. De esta manera se puede ir deslizando la idea de que la frustración de la esperanza es la oscura ley de la vida.

Hoy, sin embargo, descubrimos que nuestro camino no es en vano, que no termina delante de una piedra funeraria. Una frase sacude a las mujeres y cambia la historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc 24,5); ¿por qué pensáis que todo es inútil, que nadie puede remover vuestras piedras? ¿Por qué os entregáis a la resignación o al fracaso? La Pascua, hermanos y hermanas, es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad. La historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la «piedra viva» (cf. 1Pe 2,4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo, para remover nuestras decepciones. Esta noche cada uno de nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve las piedras más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes de nada: ¿cuál es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se llama esta piedra?

A menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza. Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos, no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento. Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un monumento a la insatisfacción, el sepulcro de la esperanza. Quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida. Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos (cf. Mt 22,32). ¡No enterréis la esperanza!

Hay una segunda piedra que a menudo sella el corazón: la piedra del pecado. El pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte. El pecado es buscar la vida entre los muertos, el sentido de la vida en las cosas que pasan. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¿Por qué no te decides a dejar ese pecado que, como una piedra en la entrada del corazón, impide que la luz divina entre? ¿Por qué no pones a Jesús, luz verdadera (cf. Jn 1,9), por encima de los destellos brillantes del dinero, de la carrera, del orgullo y del placer? ¿Por qué no le dices a las vanidades mundanas que no vives para ellas, sino para el Señor de la vida?

Volvamos a las mujeres que van al sepulcro de Jesús. Ante la piedra removida, se quedan asombradas; viendo a los ángeles, dice el Evangelio, quedaron «despavoridas» y con «las caras mirando al suelo» (Lc 24,5). No tienen el valor de levantar la mirada. Y cuántas veces nos sucede también a nosotros: preferimos permanecer encogidos en nuestros límites, encerrados en nuestros miedos. Es extraño: pero, ¿por qué lo hacemos? Porque a menudo, en la situación de clausura y de tristeza nosotros somos los protagonistas, porque es más fácil quedarnos solos en las habitaciones oscuras del corazón que abrirnos al Señor. Y sin embargo solo él eleva. Una poetisa escribió: «Ignoramos nuestra verdadera estatura, hasta que nos ponemos en pie» (E. Dickinson, We never know how high we are). El Señor nos llama a alzarnos, a levantarnos de nuevo con su Palabra, a mirar hacia arriba y a creer que estamos hechos para el Cielo, no para la tierra; para las alturas de la vida, no para las bajezas de la muerte: ¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?

Dios nos pide que miremos la vida como Él la mira, que siempre ve en cada uno de nosotros un núcleo de belleza imborrable. En el pecado, él ve hijos que hay que elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación, corazones para consolar. No tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida, incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla. En Pascua te muestra cuánto te ama: hasta el punto de atravesarla toda, de experimentar la angustia, el abandono, la muerte y los infiernos para salir victorioso y decirte: “No estás solo, confía en mí”. Jesús es un especialista en transformar nuestras muertes en vida, nuestros lutos en danzas (cf. Sal 30,12); con Él también nosotros podemos cumplir la Pascua, es decir el paso: el paso de la cerrazón a la comunión, de la desolación al consuelo, del miedo a la confianza. No nos quedemos mirando el suelo con miedo, miremos a Jesús resucitado: su mirada nos infunde esperanza, porque nos dice que siempre somos amados y que, a pesar de todos los desastres que podemos hacer, su amor no cambia. Esta es la certeza no negociable de la vida: su amor no cambia. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde miro? ¿Contemplo ambientes sepulcrales o busco al que Vive?

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Las mujeres escuchan la llamada de los ángeles, que añaden: «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea» (Lc 24,6). Esas mujeres habían olvidado la esperanza porque no recordaban las palabras de Jesús, su llamada acaecida en Galilea. Perdida la memoria viva de Jesús, se quedan mirando el sepulcro. La fe necesita ir de nuevo a Galilea, reavivar el primer amor con Jesús, su llamada: recordarlo, es decir, literalmente volver a Él con el corazón. Es esencial volver a un amor vivo con el Señor, de lo contrario se tiene una fe de museo, no la fe de pascua. Pero Jesús no es un personaje del pasado, es una persona que vive hoy; no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida. Recordemos hoy cuando Jesús nos llamó, cuando venció nuestra oscuridad, nuestra resistencia, nuestros pecados, cómo tocó nuestros corazones con su Palabra.

Hermanos y hermanas, volvamos a Galilea.

Las mujeres, recordando a Jesús, abandonan el sepulcro. La Pascua nos enseña que el creyente se detiene por poco tiempo en el cementerio, porque está llamado a caminar al encuentro del que Vive. Preguntémonos: en mi vida, ¿hacia dónde camino? A veces nos dirigimos siempre y únicamente hacia nuestros problemas, que nunca faltan, y acudimos al Señor solo para que nos ayude. Pero entonces no es Jesús el que nos orienta sino nuestras necesidades. Y es siempre un buscar entre los muertos al que vive. Cuántas veces también, luego de habernos encontrado con el Señor, volvemos entre los muertos, vagando dentro de nosotros mismos para desenterrar arrepentimientos, remordimientos, heridas e insatisfacciones, sin dejar que el Resucitado nos transforme. Queridos hermanos y hermanas, démosle al que Vive el lugar central en la vida. Pidamos la gracia de no dejarnos llevar por la corriente, por el mar de los problemas; de no ir a golpearnos con las piedras del pecado y los escollos de la desconfianza y el miedo. Busquémoslo a Él, dejémonos buscar por Él, busquémoslo a Él en todo y por encima de todo. Y con Él resurgiremos.

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C. LIBRERIA VATICANA

 

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