Domingo de la 17ª semana del Tiempo Ordinario (B)

Lectura del Santo Evangelio según San Juan

Juan 6, 41-51

Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y decían: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: ‘Yo he bajado del cielo’?” Jesús tomó la palabra y les dijo: “No murmuren entre ustedes.

Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.

Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.

Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.

Palabra de Dios

 

Comentario a la lectura

Pablo Díez

El pan del cielo es el elemento vertebrador de las lecturas de este domingo. El profeta Elías solo, fugitivo y descorazonado, va a repetir la experiencia del pueblo en el desierto. La retama, único cobijo frente al sol abrasador, recuerda a la situación vivida por Jonás (Jon 4,8). Pero mientras este último se deseaba la muerte al secarse su único alivio (el ricino), Elías se lamenta aun conservando esta sombra reconfortante. Ello evoca el recuerdo de las protestas y murmuraciones del pueblo en el desierto que deseaba haber muerto en Egipto (Ex 16,3). La retama establece también la conexión con la estancia de los israelitas en el desierto a través de la fiesta de las Tiendas, ya que estas debían ser construidas con ramas (Neh 8,15).

Pero el signo principal de la experiencia del desierto lo constituyen el pan cocido y el jarro de agua, que rememoran el maná y el agua de la roca (Ex 16, 1-17,7). Ambos elementos sostienen al profeta en su camino al Horeb durante cuarenta días, como sostuvieron al pueblo durante cuarenta años. Este pan material, que sustenta la vida física de Elías en su peregrinar, no es más que una sombra del auténtico pan vivo bajado del cielo, Cristo. Con él se supera definitivamente esa muerte que el Tesbita había llegado a desearse, y se entra en la esfera de la vida divina que tiene dimensión de eternidad.

  • Orar con la Palabra
  • Revivir la experiencia del desierto.
  • Sustentados por la providencia.
  • Cristo, el pan de vida que derrota a la muerte.