Francisco Javier Rodríguez (1989) y Natalia Jiménez (1991) llevan casi once años de matrimonio y son padres de siete hijos. Para ellos, ser parte del Camino Neocatecumenal les ha ayudado a “llevar a cabo la voluntad de Dios”. Desde pequeños, tanto Fran como Natalia recibieron una educación cristiana gracias a sus padres, que vivían su fe dentro del Camino Neocatecumenal. Sin embargo, su verdadero encuentro personal con Dios, como ellos dicen, “ha sido un proceso progresivo”.
A los quince años ambos comenzaron a vivir su fe de manera más intensa dentro de su propia comunidad del Camino Neocatecumenal, participando en la liturgia de la Palabra, la Eucaristía semanal y las convivencias mensuales. Fran recuerda su primer encuentro serio con Cristo a los 20 años, cuando “puso su palabra en práctica: ‘ve y vende cuanto tienes y sígueme’”. Natalia, por su parte, lo experimentó a los 18 cuando sintió el amor incondicional de Dios. “Él me ama donde yo no me amo, y eso transformó mi vida”, menciona.
Misión en Laponia
Desde hace casi dos años la familia está misionando en Laponia, después de haber vivido en Mikkeli (Finlandia), durante cinco años. Su inquietud misionera surgió en una convivencia, “cuando el catequista dijo que se pusiera en pie quien sintiera esta llamada a la familia en misión a cualquier parte del mundo. Sentimos ambos la fuerte llamada espontánea e individualmente y nos pusimos de pie simultáneamente”, comparten aún sorprendidos. Las reacciones de sus familias y amigos fueron variadas, desde alegría y apoyo hasta sorpresa e incomprensión. Los padres de Fran, en particular, se mostraron decepcionados al principio, pero poco después aceptaron con alegría la voluntad de Dios.
La adaptación ha sido gradual y constante. Esta familia vive su día a día trabajando, llevando a los niños al colegio y guardería, y practicando su fe en comunidad. La comunidad cristiana en Laponia tiene muy pocos católicos y la mayoría de ellos extranjeros. Sin embargo, han formado una “misio ad gentes”, una comunidad del Camino Neocatecumenal, pero sin parroquia, celebrando en alguna casa o local, porque “no ha habido nadie que nos acoja, hemos comenzado desde cero”, añaden. El mayor obstáculo que encontraron al llegar a Laponia fue el idioma, ya que allí solo se habla finlandés o sueco, y poca gente sabe inglés. Además, la soledad fue un desafío, con solo un presbítero y dos familias más en misión y la parroquia más cercana a 150 km de distancia.
Esta experiencia les ha ayudado a conocerse mejor, revelando sus debilidades y pecados. A nivel familiar, les ha unido más y les ha permitido educar en la fe de manera más íntima. Sus hijos han “absorbido” la fe cristiana de una manera única, ya que su vida familiar gira en torno a la vida cristiana, donde Dios es lo primero.
Una anécdota que refleja cómo el Señor toca el corazón de las personas es cuando un matrimonio, que no se conocían y no eran creyentes, se mudó a una casa más pequeña para alquilarles la suya y ayudarles en su difícil situación. Además, en estos siete años de misión se han mudado seis veces y aseguran que “Dios ha ido proveyendo en cada momento justo lo que íbamos necesitando”.
Aclaran que no solamente ellos están en misión, sino también lo está su Parroquia de San Pablo de Sevilla, y más concretamente su comunidad. “Estamos en constante contacto, rezan por nosotros, nos sostienen y nos ayudan”, comentan.
A otras familias que estén considerando ir de misión, les aconsejan discernir con tranquilidad y oración, y si sienten la llamada, decir sí al Señor. En este sentido, aseguran que “los miedos e incertidumbres son normales, pero el Señor nunca defrauda, sino que ayuda y consuela”.