IV Domingo de Pascua

Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito

6a0120a55c7f72970c01a511bf3ebf970cEn aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.  Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros.  No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo.  Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.  El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.

 Evangelio según San Juan 14, 15‑21

Comentario bíblico de Pablo Díez

Hch 8,5-8.14-17; Sal 65; 1Pe 3,15-18; Jn 14,15-21

El tiempo de Pascua se acerca a su final y las lecturas ya aluden a la acción del Espíritu Santo. Así aparece en el evangelio, que continúa el de la semana pasada, ofreciendo parte del discurso de Jesús en la última cena. Jesús anuncia su muerte y resurrección. Pero, les asegura que pedirá al Padre que les envíe el Espíritu Santo, que será su animador y defensor (paráclito), los mantendrá en la verdad y siempre estará con ellos, prolongando la presencia del Dios-con-nosotros. Al igual que el Hijo, el Espíritu no es recibido por el mundo, pero pone su morada en los creyentes, vive en ellos, estableciéndose una íntima relación (lo conocen). Jesús exhorta a los discípulos a vivir en la dinámica del mandamiento del amor para estar en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu.

El Espíritu impulsa la obra evangelizadora, como señaló el Señor Resucitado antes de su ascensión: “Recibiréis el Espíritu Santo y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo” (1,8). La primera lectura presenta la llegada del evangelio a Samaría, región considerada pagana por los judíos, gracias a la misión de Felipe. Sus palabras, acompañadas por los signos del Reino (curar dolencias y expulsar espíritus inmundos), hicieron que muchos se convirtieran a Cristo y la ciudad se llenara de alegría. Finalmente, recibieron el Espíritu Santo por la imposición de las manos de los apóstoles, quedando incorporados a la Iglesia.

Todo cristiano, como pide el apóstol Pedro, tiene que estar siempre dispuesto a dar razón de su esperanza a quien se lo pida. Haciéndolo con respeto y mansedumbre, padeciendo, como Jesús, el sufrimiento de quien lo calumnia y persigue, apoyado en el Espíritu que devolvió la vida a Jesús.

  1. ¿Sientes la presencia del Espíritu Santo dentro de ti? ¿En qué modo experimentas que te defiende y acompaña?
  1. ¿Sales como Felipe a las “periferias” para llevar el evangelio? ¿Cuáles son esos lugares?
  1. ¿Das razón de tu fe y esperanza cristianas ante los demás? ¿Respondes con mansedumbre a los insultos y rechazos que recibes?