Los diversos elementos de la Misa (II)

De la mano de la nueva edición del Misal en lengua española, continuamos recorriendo los diversos elementos de la Misapara ayudarnos a participar mejor en ella. 

Otras partes que son muy útiles para manifestar y favorecer la activa participación de los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea convocada, son, sobre todo, el acto penitencial, la profesión de fe, la oración de los fieles y la oración dominical.

Importancia del canto

Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando la venida de su Señor, que canten todos juntos con salmos, himnos y cánticos inspirados (cf. Col 3, 16). El canto es una señal de euforia del corazón (cf. Hch 2, 46). De ahí que san Agustín diga, con razón: «Cantar es propio de quien ama»; y viene de tiempos muy antiguos el famoso proverbio: «Quien bien canta, ora dos veces». Por eso, hay que tener en gran estima el uso del canto en la celebración de la misa, sobre todo en las celebraciones de los domingos y fiestas de precepto.

La necesidad del silencio

El silencio sagrado es parte de la celebración. Es un rito. No es ausencia de palabras y de gestos, sino entrar en lo profundo de la misa. La naturaleza de este silencio depende del momento de la misa en que se observa. Así, en el acto penitencial y después de la invitación a orar, los presentes se recogen en su interior; al terminar la lectura o la homilía, meditan brevemente sobre lo que han oído; y después de la comunión, alaban a Dios en su corazón y oran.

Hay que prepararse a celebrar ya desde el momento mismo en que entramos en la iglesia. Por eso se debe guardar silencio en la iglesia, en la sacristía, y en los lugares más próximos, a fin de que todos puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas.

Seguimos hablando de los diversos elementos verbales y no verbales que tiene la Misa por los que expresamos nuestra participación:

Posturas corporales

El gesto y la postura corporal, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben contribuir a que toda la celebración resplandezca por su decoro y noble sencillez, de manera que pueda percibirse el verdadero y pleno significado de sus diversas partes y se favorezca la participación de todos. Habrá que tomar en consideración, por consiguiente, lo establecido por el Misal, la praxis tradicional del rito romano y lo que aproveche al bien común espiritual del Pueblo de Dios, más que al gusto o parecer privados.

La postura corporal que han de observar todos los que toman parte en la celebración, es un signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para celebrar la sagrada liturgia, ya que expresa y fomenta el pensar y el sentir de los participantes.

Los fieles estén de pie: desde el principio del canto de entrada, o mientras el sacerdote se acerca al altar, hasta el final de la oración colecta; al canto del Aleluya que precede al Evangelio; durante la proclamación del mismo Evangelio; durante la profesión de fe y la oración de los fieles; y también desde la invitación Orad, hermanos que precede a la oración sobre las ofrendas hasta el final de la misa, excepto en los momentos que luego se enumeran.

En cambio, estarán sentados durante las lecturas y el salmo responsorial que preceden al Evangelio; durante la homilía, y mientras se hace la preparación de los dones en el ofertorio; también, si parece oportuno, a lo largo del sagrado silencio que se observa después de la comunión.

Estarán de rodillas durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra causa razonable. Y, los que no pueden arrodillarse en la consagración, deben inclinarse profundamente mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella.

Gestos

También hay algunas acciones y procesiones que son expresión del Misterio Pascual que se celebra en la Misa. Así, recibimos al Señor y nos unimos a Él, en la procesión de entrada en la que el sacerdote, que actúa en la persona de Cristo, con el diácono y los ministros se acerca al altar; también recibimos al Señor, que presente en su Palabra nos va a anunciar el Evangelio, cuando en la procesión en la que el diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva consigo al ambón el Evangeliario o libro de los evangelios; nos ofrecemos al Señor a nosotros mismos y toda nuestra vida, cuando llevamos al altar los dones; y recibimos a Cristo y nos unimos íntimamente a Él, cuando nos acercamos a la comunión.

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