María Magdalena, la apóstol de los apóstoles

 

Siempre Adelante ofrece durante esta semana, una serie de meditaciones sobre los personajes bíblicos que estuvieron junto a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.

Cada semblanza, vivencia y experiencia ha sido elaborada por distintos colaboradores que han querido, esta última semana de Cuaresma, compartir y acercar al lector no sólo a la oración contemplativa, sino también a la acción de gracias y a la petición, como camino cuaresmal que permita preparar el espíritu para vivir con mayor sensibilidad y disposición la Semana Santa que se avecina, muy distinta a años anteriores.

Se trata de profundos y hermosos textos que se pueden compartir en familia, en torno, inclusive, a la Palabra de Dios, con actitud de oración y reflexión, con el corazón y la mente abiertos a lo que Jesús quiere decir.

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Es primavera. El sol poniente juega con la brisa, y la oscuridad de la tarde deja paso a la noche tras haberse cerrado la losa grande del sepulcro. No hay más que silencio y oscuridad en este viernes santo.

Los hombres: Nicodemo, José de Arimatea, Juan, el discípulo amado,… que desde el cercano Calvario traían el cuerpo muerto de Jesús han terminado su tarea: cansados, sudorosos, sucios por el polvo y la sangre aún caliente. Acaban de dejar en la roca excavada el cadáver del ajusticiado antes de que empiece el sábado.

Y con ellos, también las mujeres: María, la madre de Jesús, las otras Marías, y tú, María Magdalena, que lleváis todo el día y la noche sin dormir, yendo de aquí para allá, rotas por el dolor, con el peso del sufrimiento al ver el tormento y la muerte del amigo, del maestro, de Jesús, al que, después que ha pasado todo, acaban de dejar en la sepultura, como a un bandido, un malhechor…

Refresca en la atardecida del viernes, y la soledad del huerto atrae la noche de la Pascua… No hay más que hablar del Rabí de Nazaret que durante tres años ha ido recorriendo los pueblos y ciudades de Galilea, comiendo con los pecadores, curando a los enfermos, predicando a los pobres, y anticipando el Reino de Dios en esta tierra.

María Magdalena piensa todo esto yendo a no se sabe dónde, pues desde que lo prendieron se disgregó el grupo de los amigos de Jesús, y ella perdió su familia, su compañía, su calor de hogar.

¿A dónde ir, cuando ha desaparecido el Maestro… cuando su cuerpo joven y fuerte yace dentro de la fría roca del huerto de Arimatea?

Atrás han ido quedando los recuerdos de las tardes a la orilla del lago de su Magdala natal, de enseñanzas y confidencias entre brasas con pescado y panes para compartir…

Quedan los viajes sufridos desde una aldea a otra por los caminos y valles, pisando el polvo de Galilea, Samaría y Judea, a veces solos, a veces en grupo, y en otras ocasiones entre multitudes, como una discípula, como una apóstol de este Jesús que ha muerto entregando su vida, que era lo único que tenía en este mundo para abrirnos las puertas del otro.

Y es que lo que ha vivido la Magdalena estos tres años junto al Maestro, a distancia a veces, pero siempre en cercanía de espíritu, le ha dejado huella, una honda huella en su cuerpo y su alma, que la ha llevado desde la jovialidad de una vida normal y corriente, como la que vivimos todos siguiendo la corriente de la sociedad de cada momento, hasta el encuentro dentro de su corazón con el Jesús que salva del pecado, del egoísmo y de la superficialidad de la vida; hasta enamorarse, si se puede decir así, de su persona, de sus palabras, de su mensaje…

Han sido muy duros estos últimos días, desde que llegó, y todos sus seguidores con él, a Jerusalén. La ciudad se preparaba para la Pascua, y lo recibieron con ramos y hosanas, como un Rabí cada vez más conocido y querido por el pueblo.

De las predicaciones junto al templo, ante sacerdotes y rabinos, no podía venir más que la denuncia y el arresto de Jesús. Y en la tarde de la Cena, el ambiente cambió, como de repente.

Había llegado su “hora”. Aquella era una Cena de despedida, sólo para los doce amigo que él eligió y llamó por su nombre.

Pero sus palabras y su mandato de aquella tarde llegaron a todos cuanto le seguían desde más cerca o más lejos: -“¿Señor, lavarme los pies tú a mi?”… -“Tomad y comed todos… “ -“Haced esto en memoria mía…”. La Pascua de Jesús estaba cada vez más cerca.

Después, en la noche, todo fue tan rápido…: el prendimiento, el juicio, la condena, la calle de la Amargura y el Calvario; no había fuerza humana, ni divina, que parara aquello.

Y ahora, bajo la luna del Parasceve, este vacío tan grande que siente la Magdalena solo se puede llenar por el dolor y el sufrimiento de haberlo perdido, de haberlo despedido… -¿para siempre?-, que lo inunda todo de negritud.

Él hablaba de que a los tres días resucitaría de entre los muertos; sí, lo anunciaba entre sus muchas palabras de curación y esperanza, pero no era fácil entenderlo entonces.

Ahora, en esta soledad, María Magdalena piensa en ello y le da vueltas. Qué querría decir el Rabí al pie de la letra, o sería alguna figuración difícil de comprender.

Por ello, una vez pasado el sábado que prohibía toda actividad y movimiento, la Magdalena no dormía tranquila, no estaba serena habiéndose separado del cuerpo de su Maestro. Había que ir allí, al huerto; tenía ella que volver para estar cerca, al menos, de los restos humanos de quien le había abierto los ojos del corazón a una vida nueva.

Y llegó hasta la tumba con los perfumes. Y la vio abierta. Y la vio vacía. Y el evangelista Juan nos relata que María Magdalena lloraba, porque no había encontrado el cuerpo del Señor. Y sufrió miedo, y sorpresa, y… ¿qué misterio era aquél del sepulcro vacío…?

La historia volvía a seguir su curso, no había acabado entonces, como Pedro, Andrés. Santiago, Felipe… habían supuesto, y por eso cada uno desapareció a su pueblo o ciudad. La historia seguía pues…

Jesús tuvo, luego, la gran misericordia con María Magdalena de darse a conocer a ella la primera como su Maestro y transformar sus lágrimas en gozo pascual.

Fue nada menos que la primera testigo que vio al Resucitado y la primera mensajera que anunció la resurrección del Señor a los apóstoles, lo que a su vez ellos anunciarán por todo el mundo por los siglos de los siglos: “-Anda, ve a mis hermanos y diles…” -María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: “He visto al Señor y ha dicho esto”.

Sin embargo, aún sufriría en el jardín de la resurrección, cuando el Señor le dijo “-Noli me tangere”, “-No me toques”, que la envolvió otra vez en la extrañeza y el desasosiego. Por qué, qué querría decir el Maestro con esto ahora que lo volvía a tener cerca…

Estas palabras, leídas desde el corazón, tenemos que entenderlas como una invitación dirigida no sólo a la Magdalena, sino a todos los creyentes para entrar en una experiencia de fe que supera un entendimiento meramente humano y materialista del misterio divino.

La Resurrección es un acontecimiento para los que han creído, y esas palabras son una buena lección para todos los discípulos de Jesucristo: no buscar las seguridades humanas y las atracciones este mundo, sino la fe profunda en Cristo vivo y resucitado.

De entre todos los personajes que acompañaron a Jesús en su Pasión y Muerte y que estos días tenemos ante nuestra mirada, la Magdalena es la más afortunada porque es la que más directamente se relaciona con el misterio de la Resurrección.

Cristo tuvo una especial consideración y afecto con ella, que manifestó su amor hacia Él, cuando iba buscándole en el huerto con angustia y sufrimiento aquella mañana de domingo.

Y ella fue la primera testigo que vio al Resucitado y la primera mensajera que anunció la resurrección del Señor a los apóstoles, es por lo tanto una evangelista que nos transmite, tanto hoy como ayer, la nueva creación de la Pascua en la suavidad, la luz y el olor de cada primavera.

Isidro González

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