La voluntad de caminar hacia la sinodalidad

Me pareció que el laicado estaba bien representado en este Congreso de 2020: por la participación del laicado no asociado, con delegaciones de casi todas las diócesis españolas, y por el casi centenar de asociaciones y movimientos de ámbito nacional, además de asociaciones y movimientos laicales vinculados a las congregaciones e institutos seculares.

Este Congreso de Laicos de 2020 tiene un antetítulo relevante: Pueblo de Dios en salida. Significativo por varias cosas: porque habla de Pueblo de Dios, priorizando a mi modo de ver la condición de bautizados, vocación que necesita recuperarse como primera y primigenia. Pueblo de Dios que discierne, camina, y celebra en comunión, imprescindible para un testimonio fecundo ante la sociedad. Y pueblo en salida, desinstalado, que como nos lleva diciendo el papa Francisco desde el primer día, sale al encuentro con los brazos abiertos. Así que Pueblo de Dios en salida, me parece un buen punto de partida.

Hubo una palabra que resonó sobre todas en este congreso: sinodalidad, caminar juntos. Últimamente, de tanto incluirla en cualquier documento eclesial ha quedado un poco desdibujada. En este congreso se usó y abusó de este mantra en ponencias y discursos. Pero hubo gestos y procesos que sí demostraron que esa voluntad de caminar juntos pastores y rebaño se va abriendo camino.

Procesos sinodales como la etapa precongresual, en la que cientos de grupos y personas individuales completaron decenas de miles de encuestas (encuestas en un lenguaje complejo, poco cercano y no exentas de excesiva orientación) sobre la realidad laical, que fueron los ladrillos del Instrumentum Laboris, sólido documento con análisis e propuestas que merecen sin duda seguir siendo trabajadas en la etapa postcongresual.

Procesos sinodales como la maratoniana jornada del sábado, y el trabajo grupal en esos 4 grandes itinerarios, en los que no hubo distinción entre laico o consagrado al participar, en un clima de libertad y comunión notables del que fui testigo como moderador.

Gestos sinodales como la presentación mano a mano de la ponencia final, por parte de Antoni Vadell, obispo auxiliar de Barcelona y Ana Medina, periodista de TRECE, o ver a los obispos en la cola de la comida o buscando alguna silla libre para comer en cualquier sitio como todos.

Realmente vi una realidad laical muy viva. Vi el encuentro entre los laicos diocesanos y los laicos asociados y el descubrimiento de cuán lejos podemos caminar si lo hacemos juntos.

Ni en los 4 itinerarios diseñados, primer anuncio, acompañamiento, formación y presencia en la vida pública, ni en las magníficas ponencias que las antecedieron o en el resto de ponencias, incluida la ponencia final, observé que se prestase demasiada atención a dos aspectos del futuro de nuestra iglesia: la dimensión comunitaria de la fe y los carismas.

Tanto en el Instumentum Laboris como en el  mensaje del papa Francisco si encontré atención a la dimensión comunitaria de la fe: «…somos Pueblo de Dios, invitados a vivir la fe, no de forma individual ni aislada, sino en la comunidad, como pueblo amado y querido por Dios.». Pero no es suficiente. Si, como tanto se repite, el futuro cercano de la Iglesia en España y Europa es una iglesia minoritaria, formada fundamentalmente por pequeñas comunidades, poco parece que se esté haciendo para favorecer el encuentro, principalmente del laicado no asociado, con esta realidad. Y la solución no es guiarlo forzadamente hacia estructuras caducas.

En cuanto a los carismas, aunque es cierto que se notó la influencia de movimientos y nuevas comunidades tanto en Instumentum Laboris como en el desarrollo del Congreso, apenas oí nada en las ponencias de los obispos acerca de la riqueza carismática de nuestra iglesia española y del bien que haría si nos dejásemos de prejuicios mutuos y caminásemos en comunión iglesia petrina y mariana. Sí los escuché por supuesto en el diálogo de los grupos, en fecundos y esperanzadores diálogos entre laicos y consagrados de estas florecientes realidades eclesiales, y laicos presbíteros y obispos diocesanos,  porque allí sí se podía palpar toda la realidad de nuestra iglesia.  En este sentido, me pareció muy acertada pero significativamente pobre la presentación de la publicación “Magisterio de la Iglesia sobre el laicado”, con la incorporación de cuatro documentos referentes a la Acción Católica y ninguno de los variados y sugerentes documentos y cartas pontificias sobre la dimensión carismática del Pueblo de Dios, movimientos y nuevas comunidades.

Sería preocupante que las realidades comunitaria y carismática no ocupasen un espacio en el trabajo postcongresual.

Y en esto, vino el COVID-19, el confinamiento y la debacle económica y social. Y planteó tan novedosos retos que requerirán releer todas las conclusiones y propuestas del congreso a la luz de estos acontecimientos que van a cambiar sin duda el curso de la historia. Sería de necios seguir discerniendo, planificando… sin hacer una lectura creyente de lo que está pasando y dar una respuesta de esperanza.

Una de las cuestiones que deberán prevalecer en este nuevo escenario para todo el Pueblo de Dios en salida, quedan perfectamente resumidas en el título de la instrucción pastoral de 2015 de la CEE,  Iglesia, servidora de los pobres. Si debe existir una prioridad para “un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma” (EG, 30) creo sinceramente que es esta.

Constantino Rodríguez

Miembro del Movimiento de Seglares Claretianos