La vida es un don de Dios, siempre sagrada e inviolable

Los Obispos del Sur de España han mostrado en su última reunión su rechazo al proyecto de ley del aborto, aprobado por el Consejo de Ministros, en el que «sigue definiendo el aborto como un derecho, agravado además por la ampliación de ese supuesto derecho a menores de edad», nos recuerdan los Obispos. Estos rechazan el «derecho del fuerte sobre el débil» al «eliminar la vida nueva y distinta que existe en el seno de la madre», a la vez que demandan los «recursos necesarios, tanto laborales como económicos, de vivienda o de ayuda a la madre, que permitan cuidar, acoger y defender la nueva vida». El Papa Francisco, sobre abunda y dice que “el aborto es un homicidio”. En estos días ha dado las gracias, a los participantes en una manifestación provida en Roma, por defender enérgicamente la objeción de conciencia, “un ejercicio que muchas veces se intenta limitar”. También ha lamentado que la mentalidad dominante sea que “la vida es un bien a nuestra total disposición que podemos manipular, hacer nacer o morir a nuestra conveniencia, como un resultado exclusivo de una elección individual. ¡La vida es un don de Dios!, siempre es sagrada e inviolable y no podemos hacer callar la voz de la conciencia”, resaltó Francisco.

Vivimos una nueva ola a nivel mundial donde el aborto se coloca en un puesto importante de la agenda internacional. Estamos inmersos de nuevo en un debate sobre el aborto, una lástima, poner el acento en ello no nos beneficia como sociedad. Pero esta es la realidad. Los intereses por formatear de nuevo la existencia humana son grandes, el objetivo de fondo, promover el consumo, el hedonismo y desconexión social, aislarnos y controlarnos con más facilidad.

A nivel estadístico se indica que las familias con mayor nivel educativo, donde la mujer trabaja, son las que menos hijos tienen o los tienen mucho más tarde, aunque siempre hay excepciones. Más aún, hoy día lo que más importa a muchos son las condiciones de ese trabajo. Por eso, es tan importante combinar con acierto las políticas de empresa, y también públicas, que faciliten la conciliación de la vida laboral con la familiar, sin ello, será muy costoso en una sociedad nihilista y liquida como en la que vivimos que se incrementen los nacimientos.  Y los necesitamos como sociedad, ya ha saltado el SOS, pero se mira para otro lado, pidiendo pretendidos derechos y no asumiendo responsabilidades.

Parece que tener un buen puesto de trabajo es el mayor depresor de la natalidad, esto suena a tragedia. La tasa de fecundidad española en 2019 se encontraba en 1,24 hijos, en 1975 era de 2,8. La previsión es que la tendencia siga su curso y más después de una gran crisis económica y una pandemia, con la que todavía seguimos enredados. A todo ello, se suma que ser madre hoy en España depende, mucho más que hace unos años, de los recursos económicos, no obstante, en Europa hay una tendencia positiva entre fecundidad y trabajo, ojalá llegue pronto a nuestro país. En el norte de Europa la ecuación hoy es a mejor situación económica, mayor natalidad. En nuestro país todavía nos queda mucho más espacio de mejora, por ello es necesaria una conciliación mayor de la vida familiar con la laboral, es un buen camino para incrementar la natalidad. Lo moderno, lo progresista es estar a favor de la vida, de toda vida y de toda la vida, desde su inicio hasta su fin natural.

Nuestra sociedad necesita salir del bucle en el que se encuentra, hacen falta políticas de acceso a la vivienda para jóvenes más creíbles, que no tienen que ser en propiedad, para que estos se emancipen antes y no posterguen tanto el tener hijos. Por ello, las políticas públicas y migratorias son las dos claves para redefinir la evolución de los nacimientos. Necesitamos más creatividad, ser más generosos, el crecimiento de una nación no puede estar basado en intereses “líquidos”, ni en una sociedad individualista que busca su autorrealización a cualquier costa.

Muchas madres tienen hijos en la treintena e incluso después, las madres más jóvenes suelen ser inmigrantes. Incluso en España más del 10% de las mujeres en edad de procrear no desean tener hijos. Otras dejaron pasar la oportunidad, no se dieron las condiciones laborales o familiares, etc. Sin duda, los valores de una sociedad la articulan, y más cuando, estos valores producen un gran cambio generacional, como en la actualidad está sucediendo. A ello se une que hoy, la relación entre el hombre y la mujer es muy abierta.  Por otro lado, lamentablemente se constata que el matrimonio, tal cual como lo conocemos está en declive. Y no me refiero solo al matrimonio religioso, también el civil, está en crisis. Vivimos una gran flexibilización de las normas sociales, el mundo virtual ha llegado para quedarse, lo individual esta al alza. Las normas tienen cada vez menos influencia en los comportamientos sociales de nuestros días. Esta es la realidad en la que vivimos, aunque no nos guste.

Suponiendo que se superan miedos y limitaciones, y nacen más hijos, surge entonces una pregunta ¿Qué valores les vamos a transmitir? ¿Qué principios éticos? Sin duda, el ejemplo de los padres es la mejor escuela, nuestros hijos reproducen los comportamientos de su entorno. Por ello, la autoconfianza es esencial, hay que saber caerse y al mismo tiempo levantarse; junto con la empatía (afectiva, conductual, cognitiva) que les ayude a manejar las emociones a nivel social; el autocontrol que ayuda a controlar la atención, emociones, pensamientos, acciones y deseos; la integridad, que les ayuda a tener y utilizar criterios morales para saber que lo que hace es lo correcto; y la curiosidad que les ayudará a ampliar horizontes. Las familias cristianas sabemos bien que la mejor y mayor herencia que podemos dejar a nuestros hijos es nuestra fe, no hay nada más importante, en ello nos jugamos la felicidad en esta vida, y la misma vida eterna.

Según un informe reciente del Observatorio Demográfico CEU: La población infantil y juvenil en España, califica de «impresionante» el «vaciamiento de savia joven», por tanto, cada vez hay menos jóvenes a los que educar. España tiene en la actualidad menos menores de 18 años que hace un siglo. En la actualidad tenemos unos 8,2 millones de habitantes menores de 18 años, una cifra inferior a los 11,6 millones de 1976, y a la de hace casi un siglo, en 1930, cuando eran 7,3 millones con la mitad de población. Andalucía es una de las comunidades «más jóvenes», con el 26,1% de menores de 25 años, y Asturias, la de «menos jóvenes», con el 18,4%.

El estudio pronostica un futuro de los hogares españoles con más soledad, más hogares unipersonales y menos entorno familiar. La soledad en el hogar crecerá aún más si no nacen más niños. Por ello, es necesario que crezca la natalidad y se recupere la estabilidad perdida en las parejas, o cada vez más personas vivirán sin nadie con quien compartir la vida en su hogar. «Si no aumenta la fecundidad y no disminuye la tendencia a la baja nupcialidad y a altas tasas de ruptura de pareja, la tendencia a la baja del número de hogares y de personas por hogar será imparable, lo mismo que el aumento de la soledad», mantiene el estudio.

Los datos reflejan la realidad con crudeza: de las 3,9 personas por hogar en el Censo de 1970 se ha pasado a 2,5 en la actualidad. El Instituto Nacional de Estadística (INE) prevé, que en 2035 serán 2,4 personas por hogar en el conjunto del país. Respecto al número de hogares unipersonales, la proyección del INE para 2035 prevé para el conjunto del país que, si en 2020 había un 26,07 % de viviendas ocupadas por una sola persona, dentro de trece años serán el 28,8 %, todo un signo.

La soledad se ha convertido en uno de los problemas más relevantes en la actualidad, en los últimos tiempos, los cambios socioculturales y económicos han dado lugar a que la soledad haya experimentado un notable incremento y que eran muchos los mecanismos que influyen en su aparición». La pandemia no ha ayudado a corregir esta situación y en 2020, primer año conviviendo con la Covid-19, 4.849.900 personas vivieron esos duros momentos en soledad, un 2 % más de las que había el año anterior, según la estadística del INE.

En una sociedad sobreexcitada, como en la que vivimos, estamos empezando a aburrirnos demasiado del sistema y esto es peligroso. Por ello, en nuestro entorno experimentamos un aburrimiento que no depende de nosotros, sino de la situación, y que se cronifica en el tiempo. Nuestro modelo social basado en un entretenimiento masivo ha ido creciendo exponencialmente, pero no sabemos realmente que nos aporta. Schopenhauer mantenía que tenemos un deseo insatisfecho constante. Sin embargo, inventamos plataformas para ver películas y series que también nos cansan. Porque las redes, las plataformas están diseñadas para entretenerte un tiempo limitado, pero no son actividades significativas.

Constatamos que estamos en una situación de aburrimiento cronificado a nivel grupal, de un cansancio social, así este sistema puede terminar colapsando, algunos piensan que nuestra sociedad no tiene sentido y, por tanto, que no merece la vida luchar por ella. Y esto nos puede llevar a lo que Heiddegger indicaba de una situación en la que ya la gente dice no puedo más y estalla. Pero hay algo más, cuando utilizamos compulsivamente las aplicaciones digitales parece que tiene más que ver con evitar la soledad no deseada que es también una de las grandes plagas que asolan al ser humano. Es la otra cara de la moneda del aburrimiento porque cuando nos aburrimos nos sentimos solos normalmente.

Nosotros a pesar de todo esto, como cristianos no podemos caer en la desesperanza. Jesús vino a dar vida y darla en abundancia. Nunca nos podemos sentir solos, Él nos acompaña, pero tenemos que ser más creativos y ayudar a muchos a no caer en esta pandemia silenciosa que nos aqueja. Sin duda, estar abiertos a la vida, estar siempre disponibles, no encerrarnos en nosotros mismos, y construir relaciones estables, nos ayudará a estar más conectados y esperanzados. Seguimos a Jesús el eterno acompañado, que nos da su vida, su fuerza y su paz.

Enrique Belloso

Delegado diocesano de Apostolado Seglar