Epopeyas de amor: «Obra» de Dios

Somos hijos amadísimos del Padre. Únicos y singulares, a poco que reparásemos en ello nos daríamos cuenta del cúmulo de bendiciones que reporta vivir con conciencia filial. Es una gracia que se ha ido derramando en la existencia de los santos que pueblan la martirial y fecunda historia de la Iglesia. Convocados universalmente para perseguir la santidad, como todas las personas, su día a día fue una filigrana de ternuras hilvanadas con auténtico mimo por ese Padre que nos soñó desde toda la eternidad.

Benedicto XVI afirmó en 2012 que «los santos representan la victoria del amor sobre el egoísmo y sobre la muerte; viéndoles se ve que seguir a Cristo lleva a la vida, a la vida eterna y da sentido al presente». Y el papa Francisco en 2019 recordaba que «no son simplemente símbolos, seres humanos lejanos e inalcanzables». Son «personas que han vivido con los pies en la tierra y han experimentado el trabajo diario de la existencia con sus éxitos y fracasos, encontrando en el Señor la fuerza para levantarse una y otra vez y continuar el camino».

Cuando monseñor Fernando Sebastián (q.e.p.d) prologó el santoral «Epopeyas de amor» en 2014, pocos días antes de ser designado cardenal, hacía notar, entre otras cosas, que los santos son «el rostro verdadero de la verdadera humanidad. Sin muecas, sin mutilaciones, sin manchas ni arrugas».

Esta obra que hoy presento glosa la vida de personas como nosotros, una gran mayoría cercanas en el tiempo, que nos interpelan, nos hablan, nos susurran al oído las gracias que recibieron en medio de sus cotidianas renuncias, sus debilidades y sufrimientos físicos, psicológicos, espirituales… Arrojados a los brazos del Padre, aún en los casos de quienes inicialmente se opusieron a dejarse arropar por Él, tuvieron en la Cruz el «libro» por antonomasia y la absoluta certeza de que el Espíritu Santo les guiaba. María y José alumbraron su firme caminar. Y en el prójimo hallaron ese hermano único por el que dieron su vida amándole como a sí mismos, tal como reza el evangelio y nos ha recordado recientemente el papa Francisco en la Fratelli tutti. A lo largo del texto «escuchamos» su voz. Con sus propias palabras se dirigen a nosotros.

Por lo demás, cada libro tiene una génesis que un autor no olvida. Menos aún, cuando, como es el caso, ha sido fruto de la divina Providencia; una «invitación» percibida honda y claramente, no perseguida, y que, en consecuencia, forma parte de la voluntad divina. Porque justamente en estas fechas hace ocho años me hallaba en el monasterio idente de Constantina realizando un retiro. Meditando por el paseo de cipreses —envuelta en el aroma de la Sierra Morena de Sevilla donde cielo y suelo se funden en cálida luz de única belleza, propia de la tierra andaluza, al abrigo de sombras y con ese sentimiento de gratitud ante una naturaleza que muestra la grandeza de la Creación—, de repente fui instada a escribir un pequeño artículo, unido al título; «Santos, pese a todo y a todos», y la persuasión de remitirlo al medio digital que entonces poco conocía.

Para mi sorpresa, una de las responsables se puso en contacto inmediato conmigo y me propuso la redacción de un santoral. Y el 5 de noviembre de 2012 aparecía online en el mencionado medio la primera biografía: San Guido María Conforti como así viene haciéndolo a diario ininterrumpidamente hasta el momento. Nunca pensé que esta oferta fuese casualidad. Más aún, cuando ocho años más tarde, y a pesar de diferentes circunstancias que han surgido en el camino, este santoral, ahora también en libro impreso, ve la luz precisamente en vísperas de Todos los Santos de este aciago 2020. Cuando el presidente de los misioneros identes P. Jesús Fernández me solicitó la redacción de un santoral interno para la Institución religiosa a la que pertenezco, que ya había culminado en 2012 (Llamados a ser santos), no pude imaginar que sería la antesala de otro nuevo que iba a mantenerme durante largo tiempo vinculada a la vida santa.

Pues bien, estos hechos, que juzgo providentes desde el principio, me han servido para constatar la extraordinaria obra que Dios realiza en sus hijos siempre que éstos escuchándole le responden. A veces buscamos lo tangible para creer. Demandamos que se nos ofrezcan pruebas. Aparece como una necesidad tener la certeza de que no es fruto de la imaginación ese sentimiento interior que nos insta a perseguir el Amor que es Él mismo. Y la realidad es que está tan cerca que nos quema. Y de cuánto nos propone únicamente devienen gracias para uno mismo y para los demás.

Indudablemente, todos los santos han trazado con sus vidas un admirable poema de amor; de ahí el título del texto. Solo queda rogarles que también sea éste el trazo de la mía y de cuantos no deseen ser excluidos de tales experiencias místicas. Muy feliz Día de Todos los Santos.

Orellana Vilches, I., Epopeyas de amor. Ed. Fundación Fernando Rielo, Madrid, 2020, 856 págs, 2 t. ISBN: 978-84-946646-6-3