Necesarios; no imprescindibles

Tanta presunción hay en sentirse imprescindible como en creerse innecesario, sobre todo porque en este último caso, al igual que en el primero aunque aquél sea más evidente, tal sentimiento esconde una pasión. Puede ser la falsa humildad que obedece más al deseo de no tener ciertos compromisos, como a la vanidad herida al ver que se cuenta con otras personas, con lo cual lo fácil es el autoengaño. Quizá la inquietud de ver actuaciones que se valoraron en un tiempo, y que ya no ofrecen rédito. Es decir, no se percibe gratitud por ellas y se opta por esconderse bajo un caparazón para que no se perciba la herida. Y de ese modo se trata de disimular esas emociones que estas circunstancias suscitan, al menos en el interior de muchas personas.

El polo opuesto sería sentirse tan necesario, con la connotación de imprescindible, que no se deja paso a otros en una determinada tarea. Y ello puede revelar en qué grado se halla la estima hacia uno mismo, a menos que se experimente con claridad la virtud del desprendimiento o desasimiento. En una palabra, se asume una responsabilidad, pero se ha de estar dispuesto a depositarla en otras manos, si es preciso y así se demanda.

¡Qué tasa más alta da esta sociedad al prestigio, la popularidad…, todo lo que conlleva encumbramiento! Y cuánta falta haría recuperar el valor de pasar inadvertido, de que todo aquello que realizamos esté revestido de la falta de notoriedad. “Si cambias la manera en que ves las cosas, cambiarás las cosas que ves” (W. Dyer). En el evangelio se enseña que lo que hace la mano derecha lo ignore la izquierda, o que siendo siervos inútiles lo que hemos realizado es lo que procedía; no tiene mayor mérito, te ha sido dado. Y ninguna obra mejor para mostrarnos a qué debemos aspirar, especialmente cuando la propuesta es alcanzar las altas cimas del amor. Porque esperar reconocimiento por lo que hacemos lleva anexa la íntima reprobación de aquellos que no nos echan cuenta, o así lo creemos. Es un reproche interior que por lo general se vierte exteriormente con las consabidas críticas, juicios de valor, envidias a quien nos suplanta, etc. Naturalmente, lo dicho no se contradice con el anhelo legítimo de ir creciendo en un puesto de trabajo con el consiguiente esfuerzo y dedicación, que merece ser remunerado y reconocido.

Pero en otros ámbitos cotidianos crearse expectativas que no se cumplen en el sentido aludido anteriormente conduce también a la desilusión ya que los elogios se esfuman fácilmente. Por el contrario, el trabajo silencioso que se ofrece diariamente como un deber estimado, porque se está haciendo un bien, y en él está la presencia de Dios que todo lo engrandece, no requiere parabienes. Y se saborea de otro modo el silencio en el que se actúa porque hay una motivación impagable.

Puede sorprender, pero son incontables las personas que hallaron notoriedad mundial habiendo vivido completamente ocultas, siendo unas perfectas desconocidas hasta para los más cercanos a ellas. Actuando desapercibidas se convirtieron en inolvidables. Al final, si Dios lo quiere así, lo que se hizo, lo que marcó una ejemplar existencia, saliendo de contornos opacos termina poblando de luz las azoteas.

Y sí. No somos imprescindibles, pero todos somos necesarios.

Isabel Orellana Vilches