San Isidro Labrador (A)

Lectura del santo evangelio según San Juan (15, 12-17)

«Este es mi mandamiento: que os améis unos a otro como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos: porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado par que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».

Comentario

Ya no os llamo siervos

Hay una profunda variación en la forma en que, a partir de la revelación que nos trae Jesús, nos relacionamos con Dios. En el Antiguo Testamento, la noción de siervo, de alguien que está al servicio de un señor omnipotente que todo lo ve, vertebra la relación de los judíos con Yahvé. A partir de este momento en el mensaje de despedida a los suyos de Jesús, la cosa cambia radicalmente. Porque ya no son sirvientes de un Dios inalcanzable cuya sola idea desborda la mente humana, sino amigos que se descubren en la intimidad, en la confidencia recíproca en la que se habla con la franqueza y la liberalidad que es propia de la amistad. Jesús se ha revelado a los suyos, les ha abierto su corazón y les ha descubierto una nueva manera de vivir con Dios. La amistad sólo impone una condición a quienes quieren mantenerla viva: el amor que impide la falsedad, la apariencia, el disimulo, la conveniencia, el interés y otras formas de producirse que son admisibles entre un siervo y su señor pero insoportables hasta el punto de destruir la relación entre dos amigos. Somos amigos de Jesús cuando amamos. No hay otra condición.

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