Jueves de la 6ª semana del Tiempo Ordinario (C)

Lectura del santo Evangelio según Marcos (8, 27-33)

Después Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías». Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.

Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Aléjate de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

Comentario

Tú eres el Mesías
Quién es Jesús para ti. Te lo está preguntando a través de la Palabra de hoy. No se trata de acertar con la respuesta como en un concurso; tampoco de aprenderla de memoria para ningún examen. Lo que encierra esa pregunta que se te formula en presente y voz activa hoy, jueves de la sexta semana del tiempo ordinario del año 2022, es el grado de intimidad que tienes con el Señor. Hasta dónde has llegado en su seguimiento. Pero no te desanimes, no se turbe tu corazón si te ves apocado o lejano. Piensa en Pedro, a quien se le ha concedido ir más allá que al resto de apóstoles y entrar decididamente en el secreto mesiánico pero al que Jesús reprende con ímpetu cuando el primero de sus discípulos reniega de la cruz. Sabe quién es pero no entiende todavía que la pasión es el único camino que conduce a la muerte del hombre viejo y a la gloria de la resurrección. Diríamos que no ha entendido nada: quiere preservar, con toda la buena intención que se le presupone, a Jesús de ese padecimiento que se revelará atroz en la cruz en cumplimiento de la voluntad del Padre, no de la propia. Pedro es víctima de la misma contradicción que puede que a ti te paralice: cómo la imitación de Cristo pasa indefectiblemente por crucificar los propios deseos para aceptar mansamente lo que Dios disponga.

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