Miércoles de la 26ª semana del Tiempo Ordinario (C)

Lectura del santo Evangelio según Lucas (9, 57-62)

Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa». Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».

Comentario

Tú vete a anunciar el reino de Dios

El camino de Jerusalén del que nos hablaba la liturgia de ayer es el camino de la libertad. Que hay que ejercer a fondo. Lucas nos presenta tres actitudes diferentes ante el seguimiento de Cristo, que exige una renuncia completa, la misma desnudez de quienes morían en la cruz. Aunque eso todavía no lo podían saber los discípulos, sino que se les revelará en la Pascua, algo empiezan a intuir deduciendo de las palabras de Jesús en estos tres diálogos de discipulado. El primero expresa su intención de seguimiento, su voluntad, donde lo que prevalece no es el sustantivo sino el adjetivo posesivo: es «su» decisión y Jesús le muestra un panorama como para salir corriendo, confrontando la realidad que le aguarda con su deseo de discipular. En el segundo caso, la llamada se produce de los labios de Jesús, como le sucedió a Mateo, pero a diferencia del evangelista, quien recibe la propuesta de seguimiento pone por delante los afectos humanos, los lazos de sangre y un motivo tan positivamente bueno como enterrar a su propio padre. Pero Jesús le presenta de nuevo con crudeza lo que le espera. En el caso del tercer interlocutor, este ya se ha hecho un plan que quiere someter a la aprobación del Maestro: ha decidido el cuándo (tras despedirse de los suyos) y el cómo (en segundo lugar, anteponiendo el afecto humano) pero Jesús lo desarma en seguida. Todo cuanto no sea dejarse invadir por la locura del discipulado es inútil y así te lo hace ver el Señor.

 

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