¿Qué sentido tiene la fiesta de Navidad?

1. En Navidad, un Dios-humilde, un Dios-amor se revela al hombre como un pequeño Niño y le invita a volverse hacia Él con un corazón de niño y a aceptar su amor libremente.

En Navidad, los cristianos conmemoran el nacimiento de Jesús, pero no sólo como un personaje histórico que ha cambiado el mundo, nacido en la provincia del emperador César Augusto. En la fiesta de Navidad, se recuerda un aspecto fundamental para la fe cristiana: la Encarnación del Verbo divino para la redención de la humanidad, un episodio que el evangelista Juan resume con las palabras “El Verbo se hizo carne”. 

“En aquel Niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre, es Dios quien viene a visitaros para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”, afirmó el Papa Juan Pablo II (Mensaje Urbi et Orbi del 25 de diciembre de 2002).

Pero ¿es posible “¿Cómo es posible algo semejante?”, preguntó el Papa Benedicto XVI. “¿Es digno de Dios hacerse niño?” (Audiencia General del 17 de diciembre de 2008). “Para intentar abrir el corazón a esta verdad que ilumina toda la existencia humana, es necesario plegar la mente y reconocer la limitación de nuestra inteligencia”, respondió el Pontífice.

En la gruta de Belén, explicó, Dios se muestra a los hombres como un humilde niño para derrotar nuestra soberbia. Si Dios se hubiese encarnado envuelto de poder, riqueza y gloria, quizás el hombre se hubiera rendido más fácilmente. Pero Dios “no quiere nuestra rendición”, más bien “apela a nuestro corazón y a nuestra decisión libre de aceptar su amor”. “Se ha hecho pequeño para liberarnos de la pretensión humana de grandeza que brota de la soberbia; se ha encarnado libremente para hacernos a nosotros verdaderamente libres, libres de amarlo”, indicó el Papa.

En el Niño recién nacido, cuyo rostro es contemplado por los cristianos en Navidad, se manifiesta Dios-Amor: “Él pide nuestro amor: por eso se hace niño”. “Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo” (Homilía del 24 de diciembre de 2006).

Según el Papa, el hecho de que Dios asuma la condición de Niño, indica el modo en el que los cristianos pueden encontrarse con Dios. “Quien no ha entendido el misterio de la Navidad, no ha entendido el elemento decisivo de la existencia cristiana. Quien no acoge a Jesús con corazón de niño, no puede entrar en el reino de los cielos” (Audiencia general del 23 diciembre de 2009).

2. En el siglo XIII, san Francisco deja su huella en la Navidad, creando el primer belén viviente. A través de esta manifestación de la humildad de Dios, él enseña a los hombres una nueva manera de vivir y de amar.

La particular atmósfera espiritual de la Navidad se debe a San Francisco de Asís. En la famosa celebración de la Navidad en Greccio, en 1223, el santo preparó un belén viviente, “dando una contribución decisiva a la difusión de la tradición navideña más hermosa, la del belén”.  La noche de Greccio devolvió a la cristiandad “la intensidad y la belleza de la fiesta de la Navidad y educó al pueblo de Dios a captar su mensaje más auténtico, su calor particular, y a amar y adorar la humanidad de Cristo”.

“Con san Francisco y su belén se ponían de relieve el amor inerme de Dios, su humildad y su benignidad, que en la Encarnación del Verbo se manifiesta a los hombres para enseñar un modo nuevo de vivir y de amar”, afirmó Benedicto XVI.

Gracias a San Francisco, el pueblo cristiano “ha podido percibir que en Navidad Dios ha llegado a ser verdaderamente el ‘Emmanuel’, el Dios-con-nosotros, del que no nos separa ninguna barrera ni lejanía. En ese Niño, Dios se ha hecho tan próximo a cada uno de nosotros, tan cercano, que podemos tratarle de tú y mantener con él una relación confiada de profundo afecto, como lo hacemos con un recién nacido”.

3. La Navidad es también la anticipación del misterio pascual. Benedicto XVI recuerda el carácter universal de esta fiesta que habla también al corazón del no-creyente.

La Navidad está presente en la Iglesia siempre rodeado de la luz y en la realidad del misterio de la Pascua. Como la predicación se remonta hasta la infancia partiendo de la Resurrección y Juan proyecta sobre el Verbo encarnado, la gloria del Resucitado, así la Iglesia contempla la Navidad a la luz de la Resurrección (Castellano, 1989).

En la Iglesia de Oriente, la Navidad significa el comienzo de la Redención. En la Iglesia de Roma, en especial desde el Papa León Magno (s.V), la Navidad es parte integrante del sacramento pascual.

“La fiesta de hoy renueva la sagrada natividad de Jesús, generado de la Virgen María. Y mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, nos encontramos celebrando nuestro propio nacimiento. De hecho, la generación de Cristo es el origen del pueblo cristiano y la natividad de la cabeza es también la natividad del resto del cuerpo” (San León Magno, In nativitate Domini Sermo VI, 1, 2, 5).

Desde su perspectiva teológica, por tanto, la Navidad es el inicio del sacramento pascual, que comprende, en la confesión de fe, la Encarnación del Hijo de Dios. La Navidad es también el inicio de la Redención, porque en ella Dios asume la naturaleza humana. Otra característica es que en el Cristo de la gloria está también presente el misterio salvífico de su Nacimiento. Y el “hoy” del nacimiento de Cristo se convierte en presencia eterna del Verbo/Palabra de Dios (Castellano, 1989).

En cuanto a la espiritualidad de la Navidad, se pueden destacar tres características: es un misterio de luz -victoria sobre las tinieblas-; es una restauración cósmica -inicio de la normalización de la comunión con Dios, turbada por el pecado-; es un cambio en la Redención -convirtiéndose Él en uno de nosotros, nosotros nos convertimos en “herederos de la vida eterna” (Prefacio III).

La Navidad es, además, un anuncio de paz, con la manifestación del “Príncipe de la Paz” (según el profeta Isaías). El nacimiento del Señor representa además el anuncio gozoso de una gran alegría y la fiesta de la gloria de Dios. A los hombres de hoy, la Navidad continúa siendo una fiesta universal. “Incluso al que se dice no creyente puede percibir en esta celebración cristiana anual algo extraordinario y trascendente, algo íntimo que habla al corazón” (Audiencia General del 17 de diciembre de 2008).

FUENTES/ REFERENCIAS:

Juan Pablo II, Mensaje Urbi et Orbi del 25 de diciembre de 2002
Benedicto XVI, Audiencia general del 17 de diciembre de 2008
Benedicto XVI, Audiencia general del 23 de diciembre de 2009
Benedicto XVI, homilía del 24 de diciembre de 2005
Benedicto XVI, homilía del 24 de diciembre de 2006
Benedicto XVI, homilía del 24 de diciembre de 2010