Tetris

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“Tetris”, el último trabajo de John S. Baird (“El Gordo y el Flaco”, 2018), parte de un episodio poco conocido, y a priori de escasa relevancia, y lo convierte en una singular película de espías. Con formato de thriller, la cinta cuenta el origen y la difusión comercial de un videojuego mundialmente famoso: el Tetris. Noah Pink es el autor del original y dinámico guion, que logra conjugar la seriedad de algunas situaciones con el tono cómico que alivia la tensión y promete al espectador un final feliz.

El citado videojuego fue diseñado por el matemático ruso Alexei Pajitnov en 1984 y el filme de Baird nos traslada al final de esa década: un momento clave para la Unión Soviética, con Gorbachov en el poder y la perestoika y la glasnost en el horizonte. Pues bien, toda la trama gira en torno a la adquisición de los derechos para la comercialización del Tetris fuera de la URSS, con intereses encontrados por parte de compañías (Nintendo), empresarios, intermediarios… y la KGB.

Taron Egerton (“Rocketman”, 2019) borda su papel protagonista para dar vida a Henk Rogers, diseñador de videojuegos y empresario de origen holandés, casado con una japonesa y padre de dos hijas. Idealista, audaz y algo alocado, se gana enseguida al espectador, que empatiza con él y le acompaña en la frenética carrera de obstáculos que supone intentar hacerse con los derechos del Tetris. El reparto lo completa un buen plantel de secundarios, con Toby Jones y Roger Allam como caras más conocidas.

El argumento avanza con tal agilidad y cambios de escenarios (Japón, Rusia, Inglaterra…) que cabe el peligro de perderse entre tanto trasiego, pero siempre quedan claras las posturas que encarnan los distintos y antagónicos personajes: de honradez, sinceridad, solidaridad, noble ambición…, o de engaño, corrupción, avaricia y mentira. El filme subraya muy intencionadamente la vida familiar del Henk Rogers: el cariño y la fidelidad a su mujer, la preocupación por sus hijas y la rectificación ante sus errores.

El conjunto merece el notable alto: personajes muy humanos y bien diseñados, un libreto vigoroso y sin concesiones al mal gusto, y una dirección artística responsable de una ambientación ochentera muy cuidada, a la que se suman la fotografía de Alwin H. Kuchler y la ajustada banda sonora compuesta por Lorne Balfe y Guadalupe Barbara. Y coronando todo el ir y venir de embrollos y trapisondas causados por el célebre videojuego, un mensaje claro: la familia y la amistad están por encima, muy por encima, del éxito y del dinero.

Juan Jesús de Cózar

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