Un nuevo sacerdote «agarrado» a la Virgen María

Luis María Jiménez de Cisneros se ordenó sacerdote el pasado 20 de junio en la Catedral hispalense junto a seis compañeros diáconos. Lo hizo en un día muy especial para la Iglesia (y para él): el Inmaculado Corazón de María.

Su vocación sacerdotal, desde sus inicios, está íntimamente ligada a la devoción mariana, por eso, reconoce como providencial que el día de su ordenación coincida con esta fiesta.

Apenas horas antes de recibir el orden presbiteral, Luis María cuenta su testimonio vocacional y transmite su ilusión ante este momento decisivo en su vida.

Escucha su testimonio completo aquí: 

«Agárrate a la Virgen María, que con su humildad ha vencido al demonio»

Un nuevo sacerdote «agarrado» a la Virgen María

Siempre que Dios actúa en una vida es una historia que merece la pena. Da igual los detalles, porque lo importante es ver cómo Dios actúa en esa vida y poco a poco va cambiándola, porque siempre hay mucho por hacer.

Mi historia empieza como todas las historias: Nací en una familia creyente, con varios hermanos, y doy gracias a Dios porque fui querido desde el comienzo. Una familia que practicaba la fe recibida de sus mayores e irá transmitiéndosela a todos sus hijos.

Durante mi infancia íbamos a la iglesia; teníamos la suerte de conocer a familias con estas mismas inquietudes con las que compartíamos experiencia de fe y encuentros que nos acercaban a Dios.

Sobre todo, una de las cosas que nos han dejado mis padres, es el trato con la Virgen María, el mejor medio para llegar a Jesucristo.

Mañana (20 de junio) es el Inmaculado Corazon de María, fiesta muy especial porque coincide con nuestra ordenación sacerdotal y tiene, además, una vinculación personal curiosa.

Yo me llamo Luis María por un sacerdote amigo de la familia. Sin embargo, a lo largo de mi vida he ido descubriendo que mi nombre está vinculado a unos santos muy marianos. Este sacerdote, que ya falleció, y otros que he ido conociendo, han ejercido un papel en mi vida de fe muy importante. En don Luis María vi cómo Dios se encarna en una persona y cómo, pese a sus debilidades, siempre luchaba e intentaba estar más cerca de Dios. Lo bueno siempre se expande y, como consecuencia, hacía que los demás también nos enamorásemos de Dios.

Como digo, mi nombre y mi vocación tienen una fuerte vinculación mariana. Cuando me atreví a compartir con uno de estos presbíteros la historia que estaba viviendo, es decir, que creía que Dios me llamaba a ser sacerdote, me daba miedo. Lo primero que piensas es “esto no va conmigo”, pero la llamada es como una mosca que está detrás de la oreja y no te la puedes quitar; uno mueve la mano y al final siempre vuelve. Finalmente, me rendí, de cansancio, porque Dios quería darme un gran regalo.

Compartir todo esto fue un acierto, porque si uno se queda todo por dentro, especialmente en una edad tan joven, al final parece que explota. Por eso, es bueno compartir las inquietudes vocacionales con la persona adecuada.

Curiosamente, yo esperaba que me diera millones de consejos y me orientara, que guiara mi proceso, pero este sacerdote solo me dio uno, que se me quedó grabado para siempre: que me agarrase a la Virgen María, porque hay uno –el Maligno- que está interesado en que esto (mi vocación sacerdotal) no salga adelante, y la Virgen, con su humildad y con la ayuda de Dios, le ha vencido. Su ayuda es muy eficaz.

Así que desde los comienzos de mi vocación siempre he estado muy unido a la devoción a la Virgen María. Curiosamente, además, cuando ingresé en el Seminario, hablando con algunos compañeros, expresamos nuestro deseo de que la ordenación se celebrara -seis años más tarde- el día del Inmaculado Corazón de María. Cuando en septiembre de 2019 vimos que efectivamente se había cumplido, casi que no me extrañó, sino que lo vi como algo providencial, porque es una buena forma de comenzar la vida del sacerdote. Y aunque la pandemia lo ha trastocado todo, la Virgen siempre puede más.

Concluyo pidiendo oraciones por las vocaciones y os animo a que confiéis siempre en la Virgen, ya que es la mejor manera de llegar a Dios.