¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?

De este modo Caín respondió a Dios, la pregunta es ahora si nosotros nos sabemos parte de otros, o más bien que a nosotros nos faltaría una parte importante sin los demás. Que no se entiende un cristiano que no ponga en el centro a Dios, y que no hay centro en Dios sino es en aquellos más pobres y necesitados.

El hombre no se comprende solo mirándose a sí mismo, el famoso cogito ergo sum, también se conoce en relación. Tan es así, que podemos afirmar que no hay un yo sin un tú. De ahí que la mirada al otro, a los otros, y al Otro, se hace indispensable.

El reto es entonces transformar esa mirada, para que no se torno depresiva, desesperanzada, o sencillamente hipercrítica con todo y con todos. Sino que, por el contrario, se muestre inquieta, viva, preocupada y a ser posible que embellezca el mundo descubriendo la riqueza de matices.

El Papa Francisco nos recuerda algo que ya debería estar en nuestro corazón, y suponer un filtro en nuestra mirada, “ya no hay distinción entre habitante de Judea y habitante de Samaría, no hay sacerdote ni comerciante; simplemente hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo” (Ft 70). La parábola del buen samaritano supone para nosotros un claro examen de la buena conciencia. Ahí deberíamos preguntarnos si verdaderamente estamos de paso o vamos actuando allí por donde pasamos.

En estos tiempos uno de los términos teológicos de mayor auge es el del “cuidado”, no responde solo a una llamada médica de interesarnos por el otro, y desde luego no es una advertencia de peligro. El cuidado es para el cristiano una dimensión de su ser, una parte fundamental, es la llamada a que “todas las acciones y operaciones” como diría San Ignacio, estén ordenadas a operar la voluntad de Dios. Hablamos pues de delicadeza, de tacto, de sensibilidad, de atención, en definitiva de interés y preocupación.

El cuidado es para el cristiano algo más que un deber ético o una responsabilidad, es más que la tarea de padres e hijos, más que el código deontológico de los médicos, o una parte vinculante de los abogados y juristas. El cuidado es en el cristiano, una peregrinación, por la que reconocemos donde queremos ir, sabemos qué queremos buscar, y en vez de estar mirándonos el ombligo de nuestras preocupaciones y ocupaciones terrenales como el sacerdote o el levita de la parábola. Estamos atentos a la voz de la súplica de Cristo en el mundo, que se expresa “en uno de estos mis hermanos”.

Nos recuerda el Papa Francisco que “la humanidad ha recibido el mandato de cambiar, construir y dominar la creación en el sentido positivo de crear desde y con ella. Entonces, el futuro no depende de un mecanismo invisible en el que los humanos son espectadores pasivos. No, somos protagonistas, somos cocreadores” (Totum Amoris Est). Así recibimos una llamada personal y como comunidad para dar respuesta a los grandes interrogantes del mundo y de las personas, llevando Esperanza y Amor allí donde más falta hace, por ello no entendemos hablar de Dios Padre, sino es hablando de Dios Padre Nuestro.

Carlos Carrasco, presbítero