¿Cuál es la importancia de la Vigilia Pascual para los cristianos?

¿Cuál es la importancia de la Vigilia Pascual para los cristianos?

Según una antiquísima tradición, ésta es la noche de vela en honor del Señor.

En la Vigilia pascual se conmemora la noche santa en la que el Señor resucitó. Durante la Vigilia la Iglesia espera  la Resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la Iniciación Cristiana. Por eso se considera “la madre de todas las santas vigilias”.

¿Cuál es el significado del carácter nocturno de la Vigilia pascual?

La Vigilia pascual nocturna durante la cual los hebreos esperaron el tránsito del Señor, que debía liberarlos de la esclavitud del Faraón, fue desde entonces celebrada cada año por ellos como un “memorial”; esta Vigilia era figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación.

Desde su comienzo, la Iglesia ha celebrado con una solemne Vigilia nocturna la Pascua anual. Precisamente la Resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, y por medio del Bautismo y de la Confirmación somos insertados en el misterio pascual de Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él, y resucitamos con Él, para reinar con Él para siempre. Esta Vigilia es también la espera de la segunda venida del Señor.

Es la noche de la verdadera liberación, en la cual “rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”.

La Vigilia pascual se desarrolla en cuatro partes: el lucernario y el pregón pascual forman la primera parte de la Vigilia. En la segunda parte la santa Iglesia contempla a través de la liturgia de la Palabra, las maravillas que Dios ha hecho en favor de su pueblo desde los comienzos. En la tercera parte, tiene lugar la liturgia bautismal o, si no hay bautizos, la renovación de las promesas del bautismo. Finalmente, la comunidad es invitada a la mesa, preparada por el Señor para su pueblo, memorial de su Muerte y Resurrección, en espera de su nueva venida (cuarta parte).

La estructura de la Vigilia Pascual y la importancia de sus diversos elementos y partes:

Primera parte: El lucernario

El “inicio de la vigilia o lucernario” se puede hacer a la entrada del templo. En un lugar adecuado y fuera de la iglesia, cuando sea posible, se preparará la hoguera destinada a la bendición del fuego nuevo, cuyo resplandor debe ser tal que disipe las tinieblas e ilumine la noche. El cirio pascual, para la veracidad del signo, ha de ser de cera, nuevo cada año, único, relativamente grande, nunca ficticio, para que pueda evocar realmente que Cristo es la luz del mundo.

La procesión con la que el sacerdote y los ministros entran a la iglesia, se ilumina únicamente con la llama del cirio pascual. Del mismo modo que los hijos de Israel durante la noche era guiados por una columna de fuego, así los cristianos siguen a Cristo resucitado. Nada impide que a las respuestas  “Demos gracias a Dios” se añada alguna aclamación dirigida a Cristo. La llama del cirio pascual pasará poco a poco a las velas que los fieles tienen en sus manos, permaneciendo apagadas las lámparas eléctricas.

Al llegar al altar, el diácono proclama el pregón pascual, magnífico poema lírico que presenta el misterio pascual en el conjunto de la economía de la salvación. Si fuese necesario, por falta de diácono o por imposibilidad del sacerdote celebrante, puede ser proclamado por un cantor. Las Conferencias Episcopales pueden adaptar convenientemente este pregón introduciendo en él algunas aclamaciones de la asamblea.

Segunda parte. La liturgia de la Palabra

En esta parte se proclaman las lecturas de la Sagrada escritura en la que se describen momentos culminantes de la historia de la salvación, cuya plácida meditación se facilita a los fieles con el canto del Salmo responsorial, el silencio y la oración del celebrante.

Se presentan siete lecturas del Antiguo Testamento, entresacadas de los libros de la Ley y los Profetas, ya utilizadas frecuentemente en las antiguas tradiciones litúrgicas de Oriente y Occidente, y dos del Nuevo Testamento, es decir, la lectura del Apóstol y del Evangelio. De esta manera la Iglesia “comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas”, interpreta el misterio pascual de Cristo. Por lo tanto, en la medida en que sea posible, léanse todas las lecturas indicadas para conservar intacta la índole propia de la Vigilia Pascual que exige una cierta duración. Sin embargo, si las circunstancias pastorales aconsejan que se reduzca aún el número de lecturas, léanse al menos tres lecturas del Antiguo Testamento, de manera que estén representadas la Ley y los Profetas; nunca se puede omitir la lectura del capítulo 14 del Éxodo con su cántico.

El significado tipológico de los textos del Antiguo Testamento tiene sus raíces en el Nuevo y aparece sobre todo en las oraciones que el sacerdote celebrante pronuncia después de cada lectura; podrá también ser útil para llamar la atención hacia este significado una breve monición antes de cada lectura. Estas moniciones puede hacerlas el mismo sacerdote o el diácono. (…) Después de cada lectura se canta el Salmo con la respuesta del pueblo. En la repetición de estos diversos elementos, manténganse el ritmo adecuado para facilitar la participación y la devoción de los fieles. (…)

Terminada la lectura del Antiguo Testamento, se canta el himno “Gloria a Dios”, se hacen sonar las campanas según las costumbres de cada lugar, se dice la oración colecta y de este modo se pasa a las lecturas del Nuevo Testamento. Se lee la exhortación del apóstol sobre el bautismo, entendido como inserción en el misterio pascual de Cristo. Después, todos se levantan y el sacerdote, elevando gradualmente la voz, entona por tres veces, el “Aleluya”, que repite la asamblea. Si fuese necesario, el salmista o el cantor entonan el “Aleluya”, que el pueblo prosigue intercalando la aclamación entre los versículos del Salmo 117, tan a menudo citado por los apóstoles en la predicación pascual.

Sigue el anuncio de la Resurrección del Señor con la lectura del Evangelio, culmen de toda la liturgia de la Palabra. Terminada la proclamación del Evangelio, no se omita la homilía, aunque sea breve.

Tercera parte: Liturgia bautismal

La Pascua de Cristo y nuestra se celebra ahora en el Sacramento. Esto se manifiesta más plenamente en aquellas iglesias que poseen la pila bautismal y más aun cuando tiene lugar la iniciación cristiana de adultos, o al menos el bautismo de niños. Aun en el caso en que no haya bautizos, en las iglesias parroquiales se hace la bendición del agua bautismal. Si esa bendición no se hace en la pila bautismal, sino en el presbiterio, el agua bautismal debe ser trasladada después al baptisterio, donde será conservada durante todo el tiempo pascual. Donde no haya bautizos ni se deba bendecir el agua bautismal, hágase la bendición del agua para la aspersión de la asamblea, a fin de recordar el bautismo.

A continuación tiene lugar la renovación de las promesas bautismales, introducida por la monición que hace el sacerdote celebrante. Los fieles, de pie y con las velas encendidas en sus manos, responden a las preguntas. Después tiene lugar la aspersión: de esta manera los gestos y las palabras que los acompañan recuerdan a los fieles el bautismo que un día recibieron. El sacerdote celebrante haga la aspersión pasando por toda la nave de la iglesia, mientras la asamblea canta la antífona “Vidi aquam”, u otro canto de índole bautismal.

Cuarte parte: La liturgia eucarística

La celebración de la Eucaristía es el punto culminante de la Vigilia Pascual, porque es el Sacramento pascual por excelencia, memorial del sacrificio de la cruz, presencia de Cristo resucitado, consumación de la iniciación cristiana y pregustación de la Pascua eterna.

Hay que poner mucho cuidado para que la liturgia eucarística no se haga con prisa; es muy conveniente que todos los ritos y las palabras que los acompañan alcancen toda su fuerza expresiva: la oración universal en la que los neófitos participan por primera vez como fieles, ejercitando su sacerdocio real; la procesión de las ofrendas, en la que conviene que participen los neófitos, si los hay; la plegaria eucarística primera, segunda o tercera, a ser posible cantada, con sus embolismos propios (100); la comunión eucarística, que es el momento de la plena participación en el misterio que se celebra. Durante la comunión, es oportuno cantar el Salmo 117, con la antífona “Pascha nostrum”, o el Salmo 33 con la antífona “Aleluya, aleluya, aleluya”, u otro canto que exprese la alegría de la Pascua.

Es muy conveniente que en la comunión de la Vigilia Pascual se alcance la plenitud del signo eucarístico, es decir, que se administre el sacramento bajo las especies del pan y del vino. Los Ordinarios del lugar juzguen sobre la oportunidad de una tal concesión y de sus modalidades.

Nota: El modo habitual de la celebración se puede leer en las recomendaciones establecidas en la Carta Circular sobre las Fiestas Pascuales, de la Congregación para el Culto Divino, de 1988.

Se proponen siete lecturas del Antiguo Testamento, que recuerdan las maravillas de Dios en la historia de la salvación, y dos del Nuevo, el anuncio de la Resurrección según los tres Evangelios sinópticos, y la lectura apostólica sobre el Bautismo cristiano como sacramento de la Resurrección de Cristo.

El color de las vestiduras litúrgicas es el blanco.

La primera parte de la Vigilia es un solemne lucernario en el que se bendice el signo de hoy, el cirio pascual. La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipará las tinieblas de nuestro espíritu. La liturgia de la Palabra nos presentará los hitos más importantes de la Historia de la Salvación, hasta que en el Aleluya solemne pregonemos la alegría y la certeza de la resurrección de Cristo. La tercera parte de la celebración de hoy se dedica a actualizar nuestro bautismo, para lo que nos hemos preparado en la Cuaresma. Renovaremos nuestra adhesión a Cristo por la fe, expresada en las promesas bautismales. La bendición del agua de la pila bautismal y la aspersión con ella nos recuerdan nuestra muerte al hombre viejo por el bautismo y nuestro nacimiento a la nueva vida en el Señor Resucitado. La liturgia eucarística nos devuelve en el sacramento la presencia gozosa del Señor Jesucristo, nuestra Víctima Pascual.

Fuente: Conferencia Episcopal Española