¿Libertad de expresión la ofensa?

Mientras la práctica totalidad de este país acogía con incontenible emoción esa extraordinaria catequesis anual que traen consigo las procesiones de la Semana Santa, en un medio de comunicación concreto se perpetraba un atentado contra la fe de millones de personas. Es palpable que el momento elegido para parodiar a la Virgen del Rocío no podía ser más oportuno, porque en un alarde de cinismo se ponía en mofa esa fe representada en la Blanca Paloma, que bajo el manto de la Dolorosa seguía en las calles de España a su divino Hijo en todas las fases de su Pasión. Es un contrasentido deliberadamente creado.

Pero a veces, cuando los hechos se llevan lejos, sacuden conciencias, mueven a actuar. Y eso es lo que hace falta porque los ataques contra las convicciones religiosas no son un juego de niños. No estamos hablando de una parodia que toma como eje vertebral cualquier situación de las tantas que acontecen ordinariamente y que bien traída puede suscitar gran hilaridad. Estamos hiriendo profundamente ese tesoro que muchos hemos recibido, un sentimiento que produce gran aflicción, y que solamente puede entender quien amando a su propia madre se encuentra con alguien que la agrede. Ese dolor no es baladí. Está amasado de esperanza, de lágrimas, de gratitud, de muchas oraciones.

La advocación elegida de la Madre del cielo para zaherir a los creyentes católicos apunta a un pueblo: el andaluz, pero podría haber sido cualquier otra escogida entre la multitud de Vírgenes que se veneran en España. En todo caso no nos enredemos en cuestiones de sesgo político. Convengamos, porque es la realidad, que la libertad de expresión no es un cajón de sastre en el que se permite todo, como dicen los artífices de este penoso hecho. ¿Es falta de ideas, recurrir a lo más fácil, dedicarse a pensar de qué modo se puede adquirir notoriedad…? Habrá un poco de todo, como en botica. Pero la voluntad de hacer daño revierte siempre de un modo u otro en quien la espolea. Por otro lado, los descalificativos no harían sino emponzoñar más el ambiente; además nos pondrían al mismo nivel de quienes provocaron este malestar. Sin embargo, no podemos olvidar la cantidad de elementos que subyacen en estas conductas: responden a una sociedad en la que muchos encumbran y aplauden lo rompedor, lo que se sale de los cánones, lo grotesco, lo provocativo. En todo ello anidan flaquezas como el resentimiento y la soberbia. No lo digo yo. Son las mismas personas las que se ponen en evidencia, algo notorio cuando se da la espalda al arrepentimiento, no se avienen a reconocer su debilidad y se niegan a pedir perdón por el atropello infligido.

La ofensa a una madre no se pasa por alto; la de nuestra Madre María tampoco. Hacemos bien en defender lo que nos enseñaron a respetar, a amar la fe que nos hace mejores y denostar claro y alto todo aquello que constituye un atentado contra la libertad de cada uno. Recordemos que la libertad personal termina cuando comienza la del prójimo. Si no se ponen cotas al monte, ya se sabe lo que sucede. Cristo no nos enseñó a ser timoratos. Nos puso como ejemplo a quienes han hecho de la astucia su carta de presentación justamente para tener presente que somos palomas en medio de serpientes y de lobos, lo cual exige mantener las dosis evangélicas de candidez sin rozar la ingenuidad. Si el mal no descansa, con mayor motivo y por la cuenta que nos tiene, el bien tampoco.

Isabel Orellana Vilches, misionera idente