¡No me sirven tus zapatos! La autoridad viciada

Del proverbio indio “camina un rato con mis zapatos”, útil para recordar por ejemplo que es fácil errar en el juicio que podemos emitir sobre ciertas cuestiones que afectan a los demás si no existe previa experiencia de ellas, se han derivado otras definiciones con ligeros cambios, pero en realidad todas vienen a significar lo mismo. El matiz tomado como metáfora que aquí se va a tratar es el relativo a un ámbito formativo que por su amplio sentido puede ser válido para distintas esferas. Y es que el núcleo del asunto es la tendencia a proyectarse uno mismo en el otro. ¿Qué significa esta tendencia en la práctica? El afán irrefrenable de que los demás piensen, hablen, actúen… teniendo como patrón, como modelo esa persona que les exige tal proceder.

Fijémonos en un hecho habitual: el nacimiento de una discusión. Y da igual el tema que la origine y el escenario en el que produzca. En numerosas ocasiones de algo nimio se pueden extraer gravísimos problemas. Siempre hay alguien que sobre todo si tiene cierta autoridad puede ejercerla penosamente casi obligando a sus interlocutores a que no se desvíen lo más mínimo respecto a lo que está proponiendo. De tal modo que si hay alguna persona que no tenga claridad, que sea más débil, puede terminar creyendo que la suma verdad está en posesión de quien le demanda que sea sumiso a sus criterios o formas de ver las cosas. Se les reconoce por su autoritarismo, la cantidad de órdenes que dan, por una severidad asfixiante, por su forma de trato despectiva, así como una prepotencia y falta elemental de respeto que pone de relieve su impaciencia. Quien o quienes obran de ese modo pretenden ser la medida. Se han erigido en los adalides únicos del pensamiento. Y no pierden ocasión para censurar, corregir de cualquier modo y en el lugar que les parezca a quienes le rodean, impidiendo casi su respiración. Son discutidores natos. Son inquietantes hasta en su forma de mirar inquisitiva, aunque sea en silencio, porque es elocuente la reprobación que llevan tatuada en sus pupilas.

“El error se mide por su agresión” (Fernando Rielo). Las personas que generan tensiones propician que al menos en el interior de esos a los que hiere, aunque haya una cierta inconsciencia se pregunten por qué deben calzarse esos zapatos que les ofrecen, esto es, por qué motivo deben asumir esas tesis peregrinas que tantas veces no tienen fundamento y para las que no hallarían explicación convincente. Originan sumisión o una obediencia impuesta, que, como tal, deja de serlo. Para evitar problemas se recurre al silencio. Porque el autoritarismo en tanto es generador de miedo y/o rebeldía, no contribuye nunca a crear lazos de confianza sino que suscita distancias. Ello explica que se tienda a rehuirlo.

Proyectar lo que somos en los demás creyendo que los zapatos que se estiman deben ser los comúnmente preferidos ya se ha visto también en la historia a lo que conduce. Nunca el pensamiento único, ni la intolerancia que le acompaña, la cerrazón y la lucha por imponerse han dado buenos resultados, al menos a la larga. El problema es que en el camino dejan muchos cadáveres. Se apropian de conciencias y de mentes. Y esto sucede en las familias, en los trabajos, en la vida política, en la religiosa… En ocasiones está relacionado con el complejo de quienes o bien no han recibido una formación intelectual, que les hubiese abierto la mente, o no la aprovecharon.

“La autoridad es una facultad natural que confiere al que la posee el don de provocar el respeto. La autoridad es pues fuente natural de fuerza moral”  (Salvador de Madariaga y Rojo). Solamente la autoridad moral que emana de un espíritu noble, servicial, comprensivo, que escucha con sincero afán de aprender, que reconoce en el otro su valía, que humildemente acoge lo que le proponen y muestra en todo momento una capacidad dialogante y respetuosa hará que su entorno fructifique. Y en este sentido admitirá que los zapatos de cada uno son o pueden ser igualmente provechosos para su propio crecimiento personal. La alegría, la gratitud y la disponibilidad son signos que se derivan de la verdadera autoridad que no solo enseña sino que acompaña. Y desde luego en el ámbito espiritual, ésta puede desempeñarla cualquiera. Basta con ejercitar la voluntad de servir que la gracia para ello la tenemos todos.

Isabel Orellana Vilches