Domingo de la 31ª Semana (B)

Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,28b-34):

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Comentario

Lo confieso; estoy viendo una serie de esas modernas: Vikingos. Y me ratifica en el algo que hace mucho tiempo pensaba, en el alto interés meramente humano que tiene la fe cristiana. Es cierto que en nombre de cualquier “dios” o de cualesquiera “valores” pueden cometerse las mayores barbaridades. Pero el cristianismo tiene como referencia a Jesús de Nazaret, y su persona y su mensaje serán siempre horizonte crítico para toda deshumanización y abuso de poder.

Creer en Dios, tal y como se nos reveló en Cristo, e intentar seguir su mandamiento tiene un alto interés personal, aunque suene “egoísta” decirlo. Ya lo decían los textos del Antiguo Testamento: “Guarda estos mandamientos para que te vaya bien, para que tengas larga vida y crezca el número de tu descendencia” (Dt 6).

Creer en Dios, tal y como se nos reveló en Cristo, hace que vivamos en un horizonte de bondad, de perdón y de misericordia que nos hace más humanos, que nos permite vivir con más serenidad, y que asienta la felicidad de nuestras vidas. “Amar al prójimo como a uno mismo”, nos hace reconocernos como personas y empatizar con el otro; “amar a Dios sobre todas las cosas” resitúa todo en su justa medida: nada de este mundo es Dios y a nada debemos rendirle pleitesía, ni hemos dejarnos dominar por nada. Amar a Dios es, además, sólo respuesta al amor que él nos tiene. Y ese amor ni es voluble como el de las relaciones que tenemos, ni se aleja con la distancia, ni se diluye con el tiempo. Sabernos amados por el Padre de Nuestro Señor Jesucristo es la llave para descubrir la luz que llevamos dentro.

 

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