San Carlos Borromeo, obispo (B)

Lectura del santo Evangelio según Lucas (15, 1-10)

Solían acercarse a Jesús todos los publícanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».

«O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Comentario

Habrá más alegría por un solo pecador que se convierta
Las parábolas de la misericordia del evangelista Lucas ponen el acento en dos cosas: en el esmero de Dios por encontrarnos, lo mismo que el pastor pone todo su empeño en recuperar la oveja perdida y la mujer pone la casa patas arribas para encontrar el dracma, y en el regocijo posterior cuando se vuelve a hallar lo que estaba perdido. El padre misericordioso que es Dios nos quiere convertidos, por ahí empieza el camino del
seguimiento de Cristo. Demasiadas veces no damos suficiente importancia a este movimiento que nos empuja a salir de lo malo para ir a lo bueno, de la muerte a la vida, de lo mejor a lo óptimo. Sin conversión, todo queda en palabrería fácil, en golpes de pecho que no llevan a nada. Pero cuando se obra esta, cuando el pecador se arrepiente y pone remedio, qué alegría más grande en el cielo, qué felicidad: tanta como la del pastor que recobra su chota o la del ama de casa que halla su moneda.

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