Santa Brígida (B)

Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Comentario

Da fruto abundante
Dice el Señor que por sus frutos lo conoceréis. Y el Evangelio de hoy es una exhortación a dar fruto. ¿Cómo? Los sarmientos de la vid dan fruto y el regabinado hace que todavía den más fruto, previa poda. Pero la condición es sólo una: en la planta no hace falta explicarla más, porque resulta evidente que un sarmiento por sí mismo no produce uvas sino sólo cuando lo empuja la savia de la cepa, que en muchos casos puede llegar a ser centenaria. Pues lo mismo en la vida espiritual. Insertados en la Iglesia, que es veinte veces centenaria, damos frutos en abundancia. Porque la savia que es siempre nueva de la Iglesia resucitando con el Señor glorificado nos recorre por dentro y nos aporta la vitalidad precisa para dar frutos en sazón. Fuera de Cristo, y de su esposa la Iglesia, no somos nada, no producimos nada, no valemos nada. Exactamente como el ramón del olivo, que se quema, o el sarmiento seco de la vid, que arde en la chimenea. Solo entonces, cuando la vida interior del tronco nos recorre, se puede hacer realidad la bellísima exhortación de San Pablo a los gálatas que leemos en la primera lectura del día:  «Ya no soy yo el que vive; es Cristo quien vive en mí». Exactamente como la vid y los sarmientos.

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