“¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo, 27, 46 y Marcos, 15, 34)

«¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?»  (Mateo, 27, 46 y Marcos, 15, 34).

Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, plenamente Dios y plenamente hombre, tanto es así que como hombre sufre plenamente y como Dios ama apasionadamente.

Pero aunque el dolor sea máximo en su humanidad, los hombres que le rodean no se compadecen, y aunque su amor sea máximo en su divinidad tampoco lo conmueven.

Cristo es luz incluso en el dolor,

es hombre hasta en la desesperación,

y nos muestra el amor de Dios en el perdón.

No hay más ciego que el que no quiere ver, y tan es así, que en vez de oír a Jesús implorando al padre que le dé fuerzas y que sepa aguantar hasta el final, donde oían: “Eloí, eloí, lamá sabaktaní” acaban oyendo que está llamando a Elías.

Desesperar es buscar mal

Desesperar es ansiar más que amar

Desesperar es olvidar qué buscabas

Esperar es encontrarte a pesar de lo que ansiabas

Parece que llevamos en nuestro interior un botón de la desconfianza, que cuando llegamos a cierta cantidad de sufrimiento, de dolor, de soledad incluso. Salta el botón y se encienden las alarmas. Es el punto d, desconfianza, desesperanza, desilusión, desmotivación… deshumanización. Pero cuando más débil nos encontremos, cuando más vacío nos sintamos, cuando el hueco en nuestro interior esté más vacío… ese es el momento en el que más espacio hay para Dios, todo un universo en el alma para que Dios lo ocupe con su corazón, alma y vida.

Si el vacío nos sabe inmenso, infinito, insondable y frío

Más grande será el amor que todo lo llena, calienta y hace rico.

El atractivo de ver llover detrás del cristal de una ventana, la belleza del frescor de la mañana en la cara, el coger aire y respirar hondo tras una dura jornada, el acurrucarnos para encontrar la calma… el hombre busca y ansía esos pequeños espacios de confort. El cristiano se alimenta de estos momentos para transformar el desasosiego en confianza.

Que donde no vea, ponga en ti esperanza

allí donde no sienta, recuerde cómo me abrazas

y en todo momento no olvide cuánto me amas.

Por Carlos Carrasco Schlatter

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