La importancia de darle un sentido a la vida

A lo largo de toda mi vida he pensado que el hombre es un ser social, de hecho la Iglesia en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes número 12 así lo reconoce, pero hoy todo parece indicar que el hombre se está volviendo asocial, o lo que es peor, parece que la mejor versión del hombre se muestra cuando no está vinculado a nadie.

Si nos paramos a escuchar las entrevistas de personajes de actualidad, si hacemos un análisis de la cultura más actual o sencillamente atendemos a las distintas campañas de publicidad o a las conversaciones en la barra de un bar. Casi parece que efectivamente como mejor se está es solo. O en su versión menos egoísta, con una mascota, que esas no te dan problemas.

Muchos hemos explicado esta dinámica social, con la sencilla ley del individualismo. Pero las raíces de esta tendencia son múltiples. Por un lado, no podemos obviar la incapacidad creciente para afrontar las dificultades, tampoco la desestructuración de la familia, asimismo nos enfrentamos a una sociedad desligada de sus raíces y diluida en una globalización cultural, y a una sociedad poliocupada y sin un rumbo claro, y por último es reseñable la pérdida de la narración de la sociedad.

Desde la psicología se entiende que el paso de madurez del adolescente al adulto proviene de lograr la emancipación económica y con ello de la asunción de pleno dominio de su vida. Pero por desgracia, esta etapa se está alargando en el tiempo de modo excesivo. Así la independencia no se logra hasta más de los treinta años como mínimo, retrasando con ello la natalidad y generando enormes dificultades en las relaciones humanas. Además, esto genera una pérdida de visión del paso de los años y con ello muchas veces una visión errónea de lo que consiste la vida.

La desestructuración de la familia tiene muchas raíces a su vez, pero este hecho afecta a la capacidad de relacionarse con los demás. Si ya en la misma infancia se hace difícil la estabilidad, es muy complicado asegurarse una base sólida de afectividad que permita asumir los conflictos que sobrevienen en el tiempo.

Esta visión hipermoderna que solo da valor a lo que es moderno y actual, y relega la historia a un bien de consumo más, acaba por desligarnos de nuestras raíces y nos muestra un futuro sin pasado y hasta sin presente. Relegando la felicidad al ansia insatisfecha de la constante búsqueda.

Gilles Lipovetsky afirmó: “En la actualidad somos más sensibles a la escasez de tiempo… nos quejamos menos de tener poco dinero o poca libertad que de tener poco tiempo.” Lo cual muestra claramente la pérdida de tiempo que supone muchos de nuestros esfuerzos, o el mal uso que hacemos del tiempo que poseemos.

Finalmente hemos perdido la visión de la vida como una narración, de modo que no vemos que sea un continuo relato de nuestra historia, sino más bien la suma de momentos aislados que compiten entre sí por ser los más importantes, o incluso por ser olvidados y vencidos por los sucesivos. Todo eso hace que perdamos de vista el sentido de nuestra vida, y del camino que vivimos, para simplemente vivir consumiendo acontecimientos.

Carlos Carrasco Schlatter

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