Jesús muere y resucita con las Hermanas de la Cruz

En la noche santa, cuando Cristo vence a la muerte  y ha resucitado, la Vigilia Pascual de la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz finaliza con una procesión del Santísimo,  que es Cristo Resucitado, en la que participan las religiosas, seguidas de los fieles. El cortejo recorre los patios y corredores adornados  con altares, colgaduras y velas. 

Durante la mañana del Sábado Santo las Hermanas preparan para la procesión de la Vigilia  los corredores y los patios, el de entrada que da a la capilla y el interior, hermosísimo, el  principal de la casa de los marqueses de San Gil antes de ser Casa Madre,  por el que se accede a la cripta donde fueron enterradas Santa Ángela y Santa María de la Purísima y se encuentran los restos del Padre Torres Padilla, en proceso de canonización. Los adornan, incluso las columnas, con tuyas, colgaduras y velas.  Montan cuatro altares. Uno se coloca bajo el Crucifijo grande. Los restantes son para la Divina Pastora, que es la imagen de la Virgen  que está en el Noviciado,  el Sagrado Corazón de Jesús y la Virgencita de la Salud. Toda esta tarea la realizan las Hermanas en silencio, porque es el día que acompañan a la Virgen en su Soledad, algunos ratos en la capilla y las demás horas interiormente.

La Vigilia Pascual, este año a las diez y media de la noche, comienza en el patio de entrada con la bendición  del fuego conforme a la liturgia. Las Hermanas de la Cruz van entrando en la capilla con las velas encendidas.  Ocupan sentadas sobre sus piernas la mitad del templo.  El resto del espacio es para los fieles. Finalizada la misa comienza la procesión con el Santísimo. Las Hermanas la inician y detrás les sigue el público presente.  Es mágico su discurrir por el maravilloso patio por la devoción y el recogimiento de las religiosas, sus preciosos cantos y la belleza de los altares. Hay un momento en que Hermanas y fieles cierran el círculo porque el espacio se hace pequeño, y eso que los asistentes no suelen ser tan numerosos como en otras celebraciones litúrgicas de la Compañía, que se ven desbordadas de gente incluso dos horas antes de su inicio.

«Fuera de la Cruz, somos forasteras»

Los asistentes  contemplan  a las Hermanas  en la procesión, recogidas en la oración y en los cantos. Saben de su santidad pero ignoran el proceso. Ese que hace sus sonrisas tan valiosas. Es un trabajo callado. “Hijas mías, nuestro país es la Cruz, que en la Cruz voluntariamente nos hemos establecido y  fuera de la Cruz somos forasteras…” decía Sor Ángela.  La vida de las Hermanas es de cruz. Duermen en una tarima de madera un día sí y otro no, porque cuando regresan de las  velas de enfermos a las seis de la mañana se incorporan a las oraciones y quehaceres.  Comen siempre de vigilia, salvo las enfermas.

Si la limosna, la oración y el ayuno son los medios  en Cuaresma para llegar a  la conversión y preparar la Pascua.  ¿Cómo viven la Cuaresma las Hermanas de la Cruz si las tres cosas las practican ellas con creces todo el año?  Lo ignoramos pero podemos imaginarlo: ayunos, penitencias,  trabajo interior para reconocer en todo la voluntad de Dios, y lo que Madre Purísima llamaba “sacrificios vírgenes”, o sea ignorados, los que se soportan “no solo sin quejas interiores, sino también sin que nadie pueda advertir lo que cuestan”.

Las Hermanas están hechas de otra pasta. Su sonrisa y su serenidad es fruto de un profundo trabajo interno, de un corazón purificado por el silencio exterior  y  sobre todo interior, por su olvido de sí mismas, por sus renuncias, por su humildad, por su forma de vivir la pobreza material y espiritual, por la conversión interior de ir cada día muriendo, entregando su voluntad al Señor en lo pequeño y en lo grande a través de las personas y acontecimientos de su vida. Decía Sor Ángela aceptar  “hasta la muerte de aquel sistema de perfección que hemos venido practicando y que nos parecía el mejor; muerte y por la muerte variar por completo hasta nuestra fisonomía espiritual”. Y todo sin descuidar su atención a los enfermos y a los pobres, sus amos y señores, en los que atienden al mismo Jesús.

Todo culmina en la Pascua

Antes, el Jueves  Santo se celebra la misa de la Cena del Señor, este año a las seis de la tarde. La oficia el capellán, don Borja Núñez Delgado.  A veces acuden otros sacerdotes, incluso obispos. Un año participaron los reyes de Bélgica, Balduino y Fabiola. Se situaron en la capilla de Santa Ana  y rezaron  el Vía Crucis por los corredores del patio interior. Tras la misa, en procesión, el Señor es llevado al Monumento que se instala en la capilla de Santa Ángela. Su cuerpo incorrupto se tapa con un dosel rojo.

Sobre las nueve de la noche de ese día, la Centuria Macarena llega a las puertas de la Casa Madre. El capitán y el teniente entran a depositar un ramo de flores ante el  Monumento. Según cuentan los armaos, hubo años en que la Centuria entró y desfiló por los corredores del patio interior, pero dejó de hacerse porque quitaba recogimiento a las Hermanas. Las hijas de Sor Ángela  adoran al Santísimo toda la madrugada del Viernes Santo.  A las cuatro de la tarde de ese día se celebra la Pasión del Señor  con la liturgia de la Adoración de la Cruz.

Jesús muere el viernes entre sus hijas que han elegido vivir crucificadas en el calvario, “enfrente y muy cerca de Él” y resucita con ellas  adorado en la humildad y pobreza de sus limpios corazones.

Gloria Gamito

Fotografías de Miguel Ángel Osuna

 

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