Hace más de treinta días que el Señor Resucitado me espera en cualquier recodo del camino de mis oraciones. Él me ha traído la paz y me ha liberado de tristezas, cobardías y angustias. Intuyo que, una vez más, me llama a ser su testigo.
Si Cristo Resucitado es nuestra esperanza en abril, mayo es de María, Madre de la Esperanza. De mi Esperanza. ¿Y eso, exactamente, en qué consiste a estas alturas? Pues, siguiendo su ejemplo, en mantener una certeza sobre el mundo y una expectativa sobre la vida que vivo y que me rodea sencilla y no resignada; que, aun sin comprender lo que sucede en derredor tenga el valor de aceptar, como Ella, una larga lista de compromisos y circunstancias escuchando, meditando, asumiendo, actuando.
María cree a Dios y en Dios
María es la “bendecida” por excelencia: a través de la Madre del Señor, nos llega Jesús, la bendición de Dios al mundo. María cree a Dios y en Dios. Se fía de Dios. Dios me sorprende siempre: rompe mis esquemas y pone en crisis mis proyectos. Pero, en mi oración, una voz interior insiste: “fíate de Mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme”.
Pienso ahora en nuestras madres: aquellas que nos vistieron de Primera Comunión o cosieron y plancharon nuestras primeras túnicas. Madres creyentes en sus hijos e hijas, y también madres portadoras y consoladoras de vida; y también mujeres que –sin ser madres carnales pero sí efectivas- ejercen la virtud y la vivencia de la maternidad con tanta fidelidad como la propia Virgen, mujeres capaces de irradiar paz, devoción profunda y alegría.
En Mayo florece la fidelidad de María a Jesús
Mujeres y madres a nuestro lado, o ya en el sendero de la memoria y el recuerdo vivos, que acompañan las alegrías. O que se sostienen en el sufrimiento, a ratos llevadero y en ocasiones extremo. Tanta gente que –como María al pie de la Cruz- simplemente “están allí”. Por amor, por fidelidad, por compromiso: por fe.
En mayo florece la fidelidad de María a Jesús. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas ordinarias; en la confianza que, a pesar de que hay veces que no somos fieles, Él siempre es fiel y nos alienta a retomar el camino que abandonamos, a volver a Él, si nos perdimos; y a confesarle nuestra debilidad para que nos otorgue su fuerza.
“Fiaros de Jesús, es Mi Hijo y, haced, haced, lo que Él os diga”
Las primicias de la Pascua afloran en mayo: porque María me señala es el camino definitivo, el de mi Esperanza: estar siempre con el Señor, en mis debilidades, en mis alegrías y, por descontado, también en mis pecados. La fuerza de María reside en la fidelidad a Dios. Jamás caminando sobre el camino de lo provisional, que nos ningunea y acaba por arrasarnos; sino avanzando en la Fe, la fidelidad definitiva, como la Suya.
Cuando reencontramos a María en medio del grupo de discípulos escondidos al que el Señor Resucitado trae la Paz, Ella nos bendice con la virtud de la Esperanza: cuando nada parece tener sentido y todas las salidas parecen cerradas, Ella “está allí”, otra vez, y parece querer decirnos: “Fiaros de Jesús, es Mi Hijo y, haced, haced, lo que Él os diga”.