Vivimos este encuentro con especial ilusión y alegría al comprobar que la Iglesia es una realidad abierta

Tras meses de reflexión sobre «la vocación y misión de los laicos en nuestra sociedad e Iglesia», en el seno de las diferentes realidades eclesiales de la Archidiócesis de Sevilla, un grupo compuesto por sacerdotes, consagrados y laicos, llegamos al Congreso expectantes ante lo que podríamos aprender y aportar a la misión de la Iglesia. Pronto nos pudimos dar cuenta de que aquello no era un congreso más, sino el «Congreso», en el convergieron diferentes carismas y sensibilidades que compartieron ideas, iniciativas y proyectos en una Iglesia que respira con una fuerza arrebatadora.

Vivimos este encuentro con especial ilusión y alegría al comprobar que la Iglesia es una realidad abierta, en la que conviviendo en un mismo lugar obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, nos sentimos «Pueblo de Dios en salida».

Han transcurrido más de 30 años de la Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles laici, sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, donde san Juan Pablo II nos decía que dentro de la Iglesia, como comunidad evangelizada y evangelizadora, el fiel laico «participa en la misión de servir a las personas y a la sociedad» (36). Precisamente este congreso ha supuesto una oportunidad para la renovación de un  laicado que sepa dar  respuesta a los retos que se plantean en la sociedad actual. Por ello, se hace necesario la corresponsabilidad de los fieles laicos en la Iglesia, y los aspectos fundamentales, que ponen las bases de un laicado responsable y maduro, son la conversión, formación y misión. Este es el laicado que la Iglesia del siglo XXI necesita para que, siguiendo el magisterio del papa Francisco, «toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación» (EG 27). En la línea del Papa, las conclusiones finales del congreso recogen el paso de una pastoral de mantenimiento a una pastoral de misión.

Guiados por el Espíritu Santo y bajo un clima de sinodalidad, se reflexiono sobre la vocación, misión y comunión de los laicos, trabajando sobre cuatro itinerarios: primer anuncio, acompañamiento, procesos formativos y presencia en la vida pública. Estas serán las líneas que se deberán desarrollar en años venideros, que inspiren y dinamicen al laicado.

Como se señaló en la ponencia inicial, recordando las palabras de Benedicto XVI, «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (DCE1). Muchos fueron los momentos de encuentro con nuestros hermanos (experiencias, testimonios, en las comidas o los ratos de música y café), pero especialmente fue en la Eucaristía y en la Vigilia de Oración, donde nos sentimos adheridos a una persona, Cristo, y realmente unidos como Pueblo de Dios.

Tras los efluvios de alegría y gozo por lo vivido en esos días, y con miles de ideas en la cabeza que deseábamos compartir con nuestras comunidades de referencia, llegaron los duros meses de confinamiento, pensando que necesariamente el desgraciado acontecimiento de la pandemia significaba un gran parón a tantos proyectos e ideas. Lejos de la realidad, comprobamos que nuestra Iglesia es creativa, que sabe adaptarse a las diferentes circunstancias y que está atenta a los signos de los tiempos. Constatamos que la Iglesia sigue viva y en camino hacia un renovado Pentecostés.

   Mª del Águila Cordero Olivero, miembro del Consejo de la Delegación de Catequesis