Martes de la 2ª semana de Cuaresma (B)

Lectura del santo Evangelio según Mateo (23, 1-12)

Entonces Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabbí. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Comentario

Uno solo es vuestro maestro

El Evangelio de la jornada cobra nueva perspectiva -o mejor diríamos, resplandece fulgurante- a la luz de la primera lectura, del primer capítulo de Isaías. En ambos textos se observa semejante admonición: del profeta al pueblo de Israel y de Jesús a sus discípulos. Se trata de prevenir contra el ritualismo, contra la fe de cumplimiento que se basa en la escrupulosa observancia de las disposiciones sin que la vida de quien reza se vea afectada. Orar con los labios, pero no con el corazón. Jesús advierte contra los escribas y fariseos, que han hecho todo un arte de esos rituales con los que pretenden ganarse el favor de Dios, y de su suficiencia y vanagloria que los lleva a codiciar los puestos principales y el reconocimiento intelectual o espiritual, que es mucho más sutil que el material pero infinitamente más pernicioso. A quienes se consideraban maestros de la Ley, el mensaje de Jesús les resultaría demoledor. Porque sólo el Mesías, el Hijo de Dios encarnado, es maestro. El tiempo cuaresmal que estamos viviendo es una permanente invitación a la conversión, a dejar de medirnos con el rasero de lo que dispone la Iglesia y empezar a interiorizarlo. Entonces, el cumplimiento de las normas -que de otro modo nos resulta abrumador y coercitivo- será agradable como el yugo ligero del Maestro.

 

 

 

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