Miércoles de la 4ª semana del Tiempo ordinario (B)

Lectura del santo evangelio según Marcos (6, 1-6)

Saliendo de allí se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él.

Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.

Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Comentario

¿No es el hijo de María?

Nosotros mismos experimentamos, más a menudo de lo que parece, idéntica estupefacción a la que sintieron sus convecinos de Nazaret cuando volvió a enseñarles en la sinagoga. También nosotros creemos conocer a Jesús, al que en muchos casos llevamos rezando toda la vida, cuya representación iconográfica nos ha acompañado desde que tenemos uso de razón. Creemos conocerlo como los nazarenos creían conocer al carpintero, al hijo de María, al vecino que llevaba una vida escondida y que no había dado motivo alguno de suspicacia. Por eso la sorpresa, porque no entienden -no se atreven a entender, a ese salto en lo que perciben sus sentidos que es la fe- de dónde le venía «todo eso». Es la actitud de quien cree conocer el Evangelio, quien lleva rezando toda su vida y un buen día se encuentra con el Jesús auténtico que le pide que lo siga. Y no le cabe en la cabeza, que ese Señor crucificado ante el que tan amorosamente ha orado desde chico sea el verdadero Dios y verdadero Hombre capaz de soltar las amarras de su plácido fondeadero vital y lanzarlo al piélago.  ¿Cómo es posible?, se preguntan asombrados. Entonces sólo la fe puede venir en su ayuda: los habitantes de Nazaret dudaron descreídos -dice el evangelista que Jesús «se admiraba de su falta de fe»- y se quedaron a medias. Que no te pase lo mismo a ti también.

 

 

 

 

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