Lectura del santo Evangelio según san Lucas (10, 21-24)
En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!
El Evangelio del día comienza con la acción del Espíritu sobre Jesús. Resulta imposible disociarlo de la primera lectura del profeta Isaías sobre el renuevo del tronco de Jesé y la promesa del Espíritu que pacificará de tal modo la tierra que el león y el cordero pacerán juntos. Se trata de una recreación, un nuevo paraíso edénico, cuando el Espíritu renueve la faz de la tierra. Y Jesús, imbuido de ese mismo Espíritu que viene a inaugurar un tiempo nuevo, prorrumpe en una acción de gracias dirigida al Padre a pesar de lo que los cálculos humanos señalarían como un fracaso en su predicación. No importa: en el panorama calcinado de un mundo repleto de odio y violencia (el de los tiempos de Jesús como el nuestro de ahora mismo), al tronco de Jesé le ha brotado un renuevo de esperanza. Los discípulos son testigos cualificados y privilegiados por contemplarlo de primera mano. Por eso la acción de gracias de Jesús los incluye a ellos, porque pueden dar fe de la acción del Espíritu en sus vidas. En tu caso, ¿puedes encontrar hechos concretos en los que la acción del Espíritu Santo se haya puesto de manifiesto?