Jueves de la 18ª Semana (C)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-23):

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»

Comentario

¿Quién decís que soy yo?

Qué valiosa enseñanza encierra este Evangelio. La pregunta que encabeza este comentario refulge como esos lemas que se colocan a la entrada de los edificios nobles. Porque esa pregunta es la clave del seguimiento a Jesús: y tú, ¿quién dices que es Jesús? Según la respuesta que des, tu discipulado será de una u otra forma. Pero para no desanimarnos, el evangelista reúne en un mismo párrafo las bendiciones que Jesús derrama sobre Pedro, elegido como primado entre los seguidores, y las maldiciones con que Jesús lo reconviene por negarse al sufrimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección. Todo en uno. Seguro que a ti también te ha pasado. A todos. Queremos quedarnos con el Jesús resucitado y glorioso que viene en nuestro auxilio, pero eludimos pasar por el dolor, la angustia y el padecimiento del Jesús agonizante en la cruz con quien hemos de padecer y morir para resucitar un día. Y es el mismo hombre y Dios verdadero.

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