Martes de la 6ª semana de Pascua (A)

Lectura del santo evangelio según San Juan (16, 5-11)

«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿A dónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado».

Comentario

Conviene que yo me vaya

No es difícil imaginar el estupor de los discípulos en medio de este discurso de despedida de Jesús, cuando les anuncia que tiene que marcharse para siempre. El Jesús histórico, su naturaleza humana, había comprendido que su misión había chocado con las fuerzas del mundo, representadas por la autoridad eclesiástica, civil y militar y que la consecuencia que se derivaría de su impugnación del mundo era su muerte. Hasta ahí comprenden los apóstoles: también ellos han visto crecer la hostilidad de los poderes establecidos contra su Maestro y barruntan algo que está en el ambiente electrizado de la última Pascua en Jerusalén. La consecuencia inmediata, humana, es la tristeza. Se sentirían apesadumbrados porque intuyen el final de los días de aquel a quien han seguido. Pero no pueden ir más allá. Y Jesús los traspasa con su pregunta retórica: “Y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas?”. No pueden ir más allá porque el entendimiento -ni por supuesto, la memoria y menos la voluntad, como se ratificará en el prendimiento- les dan para más. A donde va Jesús sólo se accede mediante la fe. Y la fe no es algo que se adquiere, se potencia o se desarrolla como pregonan los libros de autoayuda. La fe es gracia que inspira el Espíritu Santo. El Jesús Hijo de Dios sabe que su vuelta a la derecha del Padre permitirá la venida del Paráclito y es eso lo que les dice a los discípulos. Por más que estos, como nosotros dos mil años después, no logren captarlo. Les faltaba -y nos falta- fe. 

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