Lunes de la 5ª semana de Cuaresma (B)

Lectura del santo Evangelio según Juan (8, 1-11)

Por su parte, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor».

Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Comentario

 El que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra

Las dos lecturas del día están unidas por el hilo del juicio misericordioso, el que sólo podemos obtener de Dios y no de los hombres. La primera lectura nos presenta el episodio de Susana y los viejos, del libro de Daniel, tan representado en el arte religioso por cuanto tiene de sugerente. También su lectura, porque enseña cómo los bien situados, los que gozan de prestigio y autoridad entre nosotros, pueden valerse de esos atributos para obrar con iniquidad: para levantar falso testimonio contra la joven esposa de Joaquín acusándola de adúltera. Su acoso libidinoso en busca de acceso carnal se ve frustrado y urden una trama de mentiras para encubrir su mala acción. El juicio de los hombres determina la condena de la bella Susana, pero el profeta Daniel hace revisar el caso en el que la mujer resulta absuelta y condenados sus acusadores falsarios. Esta escena del Antiguo Testamento prefigura esta otra de la mujer adúltera presentada ante Jesús como una trampa. A los acusadores les importa bien poco el castigo de quien ha sido sorprendida yaciendo con otro hombre que no es su marido: es a Jesús al que buscan, al que quieren poner en un brete y le plantean qué hay que hacer con la esposa infiel cuando saben que la ley es tajante al respecto. Jesús, no obstante, se zafa apelando a la misericordia de Dios. El juicio humano -la condena a muerte por lapidación- queda impugnado porque sólo Dios ve el fondo del corazón humano. Su juicio será siempre mucho más compasivo que el de los hombres. «La misericordia se ríe del juicio», dirá el apóstol en la carta a los hebreos.

 

 

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