Martes de la 7ª semana de Pascua (A)

Lectura del santo Evangelio según san Juan (17, 1-11a)

Así habló Jesús y, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.

Padre, glorifica a tu Hijo

Comentario

Jesús pronuncia la llamada ‘oración sacerdotal’ a modo de testamento espiritual. Se despide de sus amigos, los apóstoles, a los que ha instruido en los misterios de Dios uno y trino. Es el momento de aceptar la glorificación que viene del Padre y de rogar por los que escogió como discípulos, la misión está tocando a su fin y todo rezuma ese estilo de despedida que vemos en la Última Cena. Casi al final del texto, Jesús introduce un elemento que más tarde retomará San Pablo para explicar la diferencia entre ser del mundo y estar en el mundo. Los discípulos del Señor están apartados, no pueden vivir en el mundo sino como un tránsito hacia la vida eterna que consiste en conocer al Padre, el único Dios verdadero, y al Hijo, su enviado. Estar en el mundo significa hacerse uno con el prójimo, no importa cuál sea su condición o creencia; no ser del mundo significa depositar la esperanza en una vida que sucede a esta terrenal, en la presencia de Dios. Y con esa esperanza, caminar por la vida. 

 

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