Jueves de la 2ª semana del Tiempo Ordinario (A)

Lectura del santo Evangelio según Marcos (1, 40-45)

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

Comentario

Los espíritus inmundos gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios», pero él les prohibía que lo diesen a conocer.

Por qué razón Jesús tiende a preservar el secreto mesiánico una y otra vez, como relatan los Evangelios. Por qué mandaría callar a esos espíritus inmundos que lo reconocen como el Hijo de Dios, el esperado Mesías que iba a salvar al pueblo de Israel. ¿Por qué no apoyarse precisamente en esas declaraciones espontáneas de quienes experimentan su omnipotencia para dar a conocer su gloria? Se trata de una taimada estrategia del Enemigo, que quiere descubrir a destiempo el poder y la gloria de Cristo para torcer el plan de salvación en la cruz. Como si esa proclama que lo descubriese pudiera poner de su parte al pueblo elegido y eliminara la necesidad de subir al madero. Es la misma estrategia de las tentaciones en el desierto: la gloria sin sufrimiento, el reconocimiento de su majestad sin vencer a la muerte. El Dios hecho hombre forzosamente tiene que pasar por el destino que iguala a todos los nacidos: la muerte. Hasta ahí llega la estrategia del Mal para arruinar la redención.

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