Jueves de la 4ª semana de Adviento (C)

Lectura del santo Evangelio según Lucas (1, 57-66)

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan».

Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él.

Comentario

Juan es su nombre
El nacimiento de Juan el Bautista está situado litúrgicamente justo delante del de Jesús. El evangelista se esfuerza en presentar los acontecimientos en un triple plano: primero, la alegría de los vecinos y parientes por el natalicio, asimilable en todo al gozo humano que trae cualquier bebé recién nacido; segundo, la controversia en torno al nombre, elegido por la madre y corroborado por el padre; tercero, el milagro de que Zacarías recobre el habla, y su primera expresión es una bendición a Dios. El nombre de Juan significa «Dios actúa con misericordia». Y eso es lo que ven los vecinos en cuanto a Zacarías se le suelta la traba de la lengua. Es esa gracia divina la que llama la atención de los allegados y les lleva a preguntarse por el papel que Dios le tiene reservado ya que lo consideran tocado por su mano. Ver la cercanía de Dios -hoy que estamos en vísperas de la Nochebuena- es motivo de alegría para los creyentes. Encontrar el rastro de Dios en lo cotidiano, en lo que sucede sin grandes prodigios, es la gran asignatura pendiente de nuestros días: no tenemos Zacarías a mano a los que les viene de nuevo la palabra, sino una sucesión de hechos consuetudinarios que sólo a la luz de la fe cobran su verdadero sentido.

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