Santos Timoteo y Tito, obispos (C)

Lectura del santo Evangelio según Marcos (4, 1-20)

Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar.

Les enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron y no dio grano. El resto cayó en tierra buena; nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno». Y añadió: «El que tenga oídos para oír que oiga».

Cuando se quedó a solas, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas. Él les dijo: «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que “por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”».

Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues cómo vais a conocer todas las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra: pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes, y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno».

Comentario

Salió el sembrador a sembrar
La parábola del sembrador nos sorprende una y otra vez, no importa cuántas ocasiones la hayamos leído. ¿Por qué el sembrador esparce con tan poco cuidado la semilla fuera del terreno roturado y abonado? No encontramos respuesta para este misterio en nuestra mentalidad productivista. Nos parece un derroche en toda línea que estaríamos dispuestos a corregir de inmediato. Por el bien de la siembra. Pero de la parábola evangélica no se deduce ninguna preocupación en el sembrador, antes al contrario, su prodigalidad al esparcir la semilla donde buenamente caiga encuentra recompensa en el extraordinario rendimiento de la cosecha. Quizá antes de avanzar en la comprensión de esta parábola debiéramos detenernos en la munificencia con que se siembra sin importar para nada dónde caerá la semilla. ¿O es que podemos suponer dónde actuará la gracia?

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