Martes de la I semana de Cuaresma (A)

Lectura del santo Evangelio según Mateo (6, 7-15)

Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:

“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.

Vosotros orad así

El martes de la primera semana de Cuaresma nos recuerda la importancia de la oración a través de la catequesis que el evangelista Mateo usa para presentar la oración fundamental del cristiano, el padrenuestro que el mismo Jesús nos enseñó. Es una oración de cercanía, de íntima relación con Dios, con muy pocas palabras y siete peticiones divididas por un hemistiquio que nos permite rezarlo a coro. Lo que más llama la atención en el padrenuestro es la invocación inicial con un cariñoso «papaíto» tan alejado del formal «padre» que impone gravedad y distancia. Aquí estamos en la intimidad de un hogar pidiendo que se cumpla el plan salvífico de Dios: no necesita nuestra alabanza porque su nombre es santo y su reino está entre nosotros y su voluntad se hace en la tierra y en el cielo, pero estamos agradecidos y por eso pedimos que la economía de salvación se cumpla en nosotros en su plenitud.  Luego, pedimos por las necesidades terrenales: el pan cotidiano para alimentar el cuerpo y el pan que supone el perdón (ofrecido y recibido) para alimentar el espíritu. Y dos consideraciones finales para que nos sostenga en la prueba del Enemigo y nos salve de su acechanza. Todo un compendio hermosísimo de vida confiada y hermosamente abandonada en las manos providentes y amorosas del buen Padre.

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