¡Qué meta puede ser más importante que la de amar y ser amado!

A continuación ofrecemos una serie de meditaciones semanales tituladas “Cuaderno de vida y oración” a cargo del sacerdote diocesano Carlos Carrasco Schlatter, autor del libro “Las conversaciones que tenemos pendientes”.

Llevar la vida a la oración

Vivimos en un mundo, lleno de personas. Superpoblación en muchos lugares, ciudades llenas de individuos que no se conocen, cuyas vidas se entrecruzan constantemente sin saberlo.

Un mundo, en constante evolución, donde unos emigran por turismo y otros por necesidad. Donde unos buscan entre las basuras que otros dejan. Donde unos rezan para que otros hagan algo que siempre dejan para otro día. Una sociedad en la que unos viven en la creencia de que mañana será mejor, y otros que será igual de malo. Nos situamos ante un mundo donde cada vez es más fácil saber del otro, pero cada vez le conocemos menos realmente. Vivimos en un mundo del que solo conocemos postales, turismo de ciudades que solo vemos desde autobuses destapados. Una sociedad donde muchos escriben pero no piensan, solo se dejan llevar por los sentidos, y otros escriben con pasión para cambiar el mundo de los sentidos. Escuchamos ciudades llenas de gente, o canciones que escriben otros para que no escuchemos lo que nos rodea. Calles donde ya no viven más pájaros que los enjaulados, ni más mascotas que los frikis de los videos que enseñamos.

Estamos en ese mundo, sí, pero también en el mundo de los besos que serán eternos en nuestra memoria. El universo de los amigos que están cuando los necesitas. En la eternidad de vacaciones que sin preparar serán históricas. En el absoluto de donantes que entregan parte de sí para dar vida a otros. En la inmensidad de tener quien nos quiera y a quien querer. En el todo de saber que no hay nada más importante que el placer de encontrarte al volver la esquina.

Vivimos en una sociedad globalizada, donde todo corre y se acelera, donde apenas tenemos tiempo para pensar qué haremos cuando ya estamos frente al problema y sin capacidad de reflexión. Pero por encima de ese mundo, está Dios que todo lo transforma y muestra distinto, encuéntralo y te encontrarás a ti mismo.

Encuentro con Dios

Necesitamos delimitar nuestro particular mapa de navegación, aquel en el que situemos nuestro norte, en el que estén bien establecidos los puntos de referencia. Aquel en el que se muestre claramente lugares donde repostar, recabar formación o disponernos para el siguiente paso. Necesitamos un plan, si, necesitamos eso un plan para el camino.

Pero antes de comenzar decidamos algunas normas:

1) la meta es amar más cada día

2) procurar hacer felices a los demás, ya que eso me da la felicidad también

3) ir aprendiendo de cada obstáculo, cada caída, cada error y cada mentira

4) en todo esto no separarnos de la familia y los amigos, incluso ir aumentando si es posible el número de personas cercanas

5) aprender a valorar lo que de bello, bueno y auténtico tiene la vida

6) y la última, dar gracias cada día por la aventura de vivir

Repite en tu interior unido a todos los próximos-prójimos:

¡Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad!

¡Aquí estoy Señor, para amar sin medida!

¡Aquí estoy Señor, porque tú has querido!

¡Aquí estoy Señor, siendo tu amigo!

Entonces escucharemos su Palabra y recuperaremos fuerzas, y veremos con claridad el destino de nuestro caminar.

A la luz de la Palabra 1 Sam, 3.

Dios está presente en nuestra vida, está “omnipresente”, pero no como un espía o un policía que aguarda que cometamos un delito. Dios está en todo y en todos, pues Dios es todo, y todo es Él. En esa certeza de encuentro, podemos agobiarnos, incluso podemos anularnos delegando en Él todo lo que somos. Así muchas personas creen que todo es por culpa de Él y que solo tienen que rezar para recibir de Dios el maná que les alimenta.

Pero Jesús muestra un nuevo Dios, una nueva alianza, una nueva humanidad (Ef 2, 15) por la que tenemos libre acceso a Dios, pudiendo incluso afirmar que Cristo vive en nosotros (Gal 2,20).

Esta humanidad no es del mundo aunque está en el mundo (2 Cor 10,3), sino que es espiritual (1 Cor 2, 11-16). Un hombre espiritual es aquel en el que no dominan las cosas de este mundo sino que predomina las cosas de Dios, aquellas por las que Dios y él construyen un mundo nuevo.

Samuel no conocía aún a Dios, pero ya le escuchaba. Del mismo modo todo hombre escucha a Dios, y le pone distintos nombres. Para unos Dios será el descanso de una tarde de domingo, para otros será el reencuentro con sus seres queridos, algunos pensarán en aquel que les solucionó su gran problema, ciertos tendrán a Dios como un concepto teórico, unos muchos le tendrán en el amanecer, y otros tantos en la belleza de un arcoiris o un paisaje, los habrá que lo vean en el nacimiento de vida y que lo busquen en el paso de la muerte. Por desgracia también los hay que tienen por dioses al trabajo, al dinero o al poder. Pero Dios es mucho más que todo eso, Dios es la certeza de que el hombre puede aspirar a Todo, aspirando a imitar la sencillez y el amor de Cristo. Dios no es luz, Dios es la luz y aquello que muestra, Dios eres tú cuando con Él esperas. Dios es Padre, como cada uno somos hijos, pero todo hijo se parece a sus padres y del mismo modo sus padres se ven reflejados en sus hijos.

Dios es creador, pero sobretodo Dios es amor. Un amor que llega hasta el extremo de entregarse en cuerpo y sangre en la eucaristía, al igual que se entregó hace dos mil años a sí mismo para mostrarnos el camino en Cristo.

Llevar la oración a la vida

¡Buen viaje!

Comenzamos nuestra ruta, como un barco explorador que devora cada día con la esperanza de nuevos descubrimientos.

El camino, es duro, fatigoso, incluso aburrido muchas veces. Es peligroso y por momentos doloroso. Pero no buscamos un camino bueno ni cómodo, buscamos llegar a la meta y aprender creciendo.

Dios no es el viento que empuja las alas del barco, tampoco son las estrellas derramadas en el cielo, ni mucho menos son las olas o tormentas, y por supuesto no es la fuerza de los remeros.

Dios es la sabiduría del piloto, el criterio del capitán, la motivación de la tripulación, la tensión de las velas, el compromiso de los remos, el agua que refresca, el alimento del cocinero, y por supuesto el amor que todos se profesan.

En Dios confiamos, Él será el buen Padre que nos aliente, que nos anime, que nos aconseje. Él nos confía el timón de nuestra propia nave, nos llama amigos, no somos sus siervos. Entonamos canciones que nos animan e ilusionan, versos que al alma emocionan y nos recuerdan la importancia de amar sobre todas las cosas.

¡Qué meta puede ser más importante que la de amar y ser amado!

Hagámonos merecedores de explorar el camino que nos lleve a la meta, a nuestro destino. Hagámonos constructores de una nueva humanidad. Que el Espíritu de Dios reine en nuestros corazones.

Nos acordamos especialmente en esta oración de aquellos/as que dedican su vida para rezar por nosotros, que a partir de hoy veamos la vida contemplativa una expresión de Dios con nosotros en este mundo.

 

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