Sensibilidad inmadura y paternalismo. Temor a la verdad

Completamente al margen de cálculos políticos, aunque este ámbito tantas veces permita pulsar el termómetro social suscitando variadas reflexiones, es difícil no advertir la dictadura del pensamiento único ahora de nuevo con el problema del aborto. Sumando diatribas contra la vida a las ya conocidas, en este momento no es que se prohíba pensar de modo distinto al que se va imponiendo socialmente; ya ni siquiera es permisible poner a merced de las futuras madres una opción. Repito: una opción, ni más ni menos. Simplemente esa sugerencia -y no nos quedemos solamente en la oportunidad o la improcedencia con la que según el punto de vista de los analistas puede o no dar al traste con réditos políticos- se juzga tan impositiva, descabellada, humillante y agresiva para la mujer que hay que desterrarla de un plumazo. Y lo que llama mi atención es el trato que se nos da a las mujeres. Lo que se presupone que somos: unas incapaces de escuchar el latido de la vida que late en el vientre. ¿Es de tan alta gravedad este gesto que puede venderse como un atentado en toda regla? Hay que pensarlo. Porque si no hubo reparos en concebir un hijo, sí se dan en admitir una posibilidad de replantearse la protección de su vida. ¿Y qué madurez tiene una persona que se deja convencer con estas teorías? ¿Qué sociedad es esta, tan vacía, tan absurda, tan infantil que confunde la sensibilidad con la sensiblería? ¿Es tan endeble la psicología femenina?

La responsabilidad está herida de muerte. Son otros los que piensan por uno mismo. Y cuando alguien osa sobresalir por encima de los dictados del pensamiento único, y llueven las críticas hábilmente salpicadas en redes sociales que son ahora los portavoces que inundan los hogares, inmediatamente da marcha atrás, rectifica. ¡Hay miedo a que se castigue tamaña osadía! Mientras tenemos la escalofriante cifra de 73 millones de abortos en el mundo el año pasado, 90.000 de ellos en España. No son un ramillete de células; no son iguales al cuerpo de la madre, son personas las que se matan. Y hay mujeres que repiten hasta por quinta y sexta vez. ¿Ignoran lo que están haciendo? No lo creo. Hemos pasado del buenista “no estigmatizar” a nadie, para justificar con altavoces este crimen. No nos engañemos. Y que no nos engañen. Las clínicas abortivas son un pingüe negocio.

El paternalismo únicamente convierte a quienes se dejan adoctrinar en personas débiles, incapaces, susceptibles, irresponsables. Se les trata como meros sujetos inmaduros a los que se puede manipular. Me pregunto, quienes admiten estas directrices, ¿cómo podrán enfrentarse a la adversidad?, porque ésta llega tarde o temprano. ¿Cómo afrontar la enfermedad, la pérdida de un ser querido…? En el fondo lo que se siembra (y, por desgracia, se cosecha) es un temor a la verdad. Verla desnuda, tal como es, implica responsabilidad, compromiso, y eso no está de moda. Sí lo es vivir sin problemas y disfrutar todo lo que se pueda. ¿Es una reducción simplista? Haciéndolo extensivo a la sociedad, sí. Pero muchísimos casos corroboran lo dicho.

Tenemos la libertad de pensar lo que nos plazca. Es algo tan íntimo que nadie nos lo puede arrebatar incluso siendo aherrojados con cadenas. El problema es que se direcciona el pensamiento en una línea determinada sin espíritu crítico, sin capacidad de dilucidar los hechos, impulsando una mente perezosa a quedar desnuda, vacía y plana, sin mayores intereses que los que dictan los demás. Quieren transmitirnos la idea de una especie de mundo feliz, cuando tal cosa no existe. Huxley destacó magníficamente ese escenario utópico en el que imperaba la infelicidad porque es lo único que cabe cuando la libertad está condicionada y no se permite contradecir lo establecido por unos pocos. Cuando se elimina la familia, la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía, etc., y se pretende que todos seamos cortados por un mismo patrón. “Setenta y dos mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad”. “Si uno es diferente, se ve condenado a la soledad” (Huxley, Un mundo feliz)).

Sí. Quieren imponernos la idea de un mundo feliz con el orwelliano control de 1984, donde el Gran Hermano fagocita la conciencia: “Su mente se deslizó por el laberíntico mundo del doble pensar. Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica”. “¿Cómo vas a tener un slogan como el de ‘la libertad es la esclavitud’ cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia”. (Orwell, 1984).

¿De verdad es esto lo que queremos?

Isabel Orellana Vilches