“Me siento la mujer más afortunada del mundo”

Sor Ángela Manzano es hoy abadesa de la Comunidad de Clarisas de Estepa.  Antes, Ángela era una chica como otra cualquiera: estudió Derecho, trabajaba en el Ayuntamiento de su pueblo, Estepa; tenía amigos y una familia que la quería, “lo tenía todo”, reconoce, pero un “todo en minúsculas, porque había algo en mí que me hacía querer algo más, el TODO en mayúsculas”.

A raíz de un cambio de horario en su oficina, empezó a ir a misa al convento de las clarisas a las siete de la mañana. “Esos momentos me daban una felicidad que me duraba todo el día”, recuerda. “Allí encontré un mundo nuevo y el Señor me susurró que fuera para Él”.

La oración traspasa los muros de la clausura

Así, Ángela vivió una experiencia de una semana con las monjas: “me sentía como pez en el agua y entendí que esta vez me decía de manera rotunda que aquello era lo mío”. Siete meses más tarde ingresó en el convento.

“Mi familia lo aceptó con naturalidad, valorando el don que se me había dado”, no obstante, reconoce que siempre pensaron que sería misionera por su interés en el Tercer Mundo. Al respecto, sor Ángela explica que, en la clausura, “la oración traspasa los muros, por eso, a través de ella me doy a la humanidad entera”.

Todo merece la pena

Después de más de quince años de vida consagrada, sor Ángela asegura sentirse “la mujer más afortunada del mundo”. Y es que esta estepeña desborda emoción y alegría al hablar de su vocación, e insiste en que la vida en clausura no es tan dura como pueda creerse, “ni siquiera los madrugones (ríe), porque todo merece la pena”.

Si bien, apunta que “hay que dejarse hacer cada día por el Señor, estar abierta a Él y ser dócil. Y a todo ello, sumarle la lectura de la Palabra, la recreación con las hermanas y tener fe, mucha fe”. Con estas “armas” sor Ángela afronta las crisis: “creo que éstas son parte de un proceso, que sirven de empujón para seguir buscando el rostro de Dios y que me enseñan a permanecer firme”.

 

Post relacionados