CÁRITAS EN PANDEMIA

Mientras todo se cerraba por las medidas sociosanitarias había un corazón que se abría cada vez más y más, era el corazón de la Iglesia que es Cáritas. Un corazón que se abría siempre dispuesto al servicio, como se abrió el corazón de María para ir a asistir a su prima Santa Isabel o remediar la falta de vino en las bodas de Caná. Un corazón que se ensanchaba para acoger al igual que en el Evangelio de San Marcos a “una gran muchedumbre como ovejas sin pastor”. En este tiempo complicado que la pandemia nos ha hecho vivir, Cáritas ha permanecido como lámpara encendida, alumbrando a tantas familias que se adentraban en la oscuridad del desempleo, en la oscuridad de no tener para darles a sus hijos de comer, en la oscuridad de no poder pagar un alquiler o una hipoteca, en la oscuridad de tantas nuevas pobrezas que han surgido en esta crisis y que han sembrado de incertidumbre a tantos hogares ante un futuro incierto.

Dejar la piel en la vocación 

La Iglesia a través de Cáritas ha sido para muchas familias el hombro del Buen Pastor. Cáritas ha sido ese pastor bueno que se compadece de sus ovejas y las carga en sus hombros intentando guiarlas hacia mejores senderos. Muchas veces en este año hemos dejado “las noventa y nueve restantes” y hemos salido a las periferias para ir en busca de la que estaba “perdida”. Perdida en la desesperación de un presente fatídico y un futuro lleno de interrogantes. Cáritas ha sido el hombro que ha cargado con miedos, con tristezas, con desasosiegos, un hombro donde han enjugado sus lágrimas tantas familias orilladas y en el que al mismo tiempo han ido encontrando ese alivio de la escucha activa, esa esperanza que da un encuentro cercano, ese consuelo que da la empatía, esa seguridad que proporciona el saber que no estás
solo, que hay un equipo dispuesto a acompañarte. Son los equipos de Cáritas Parroquiales que se han dejado la piel en su vocación de servicio y entrega a los más débiles en el año quizás más duro de nuestras vidas.

No era fácil acompañar y asistir a familias en pleno confinamiento pero Cáritas lo ha conseguido. Día a día sus voluntarios han tenido que reinventarse, recurrir a las nuevas tecnologías y a todo lo que estuviera a su alcance, para llegar allí donde había una familia en exclusión, un niño sin pañal, un hogar sin luz, una nevera vacía. Ha conseguido dar respuesta y ayuda inmediata a quien ha llamado a sus puertas en una sociedad cada vez más empobrecida en todos los términos de la palabra. Siempre movidos por el amor a Dios han sabido permanecer en actitud de servicio al lado del que sufre como permaneció María en la pasión de su Hijo cuando todo empezaba a complicarse.

“El Señor ama a su pueblo” dice el Salmo 149 y la Iglesia ha amado también a su pueblo en este año tan complicado por medio de sus Cáritas Parroquiales. Cada día se intentó ver el rostro de Dios en cada persona vulnerable que llamaba a las puertas pidiendo ayuda y se deseamos actuar en ellas como Dios actuaría: tocando y sanando sus heridas, que como nos dice el Papa Francisco “son las heridas de Jesús”. No hay mayor misión para el voluntario de Cáritas que la de poner en el desvalido una mirada samaritana, una mirada de compasión frente al drama de la vida.

En la asistencia a las familias vulnerables también los propios voluntarios nos hemos sentido vulnerables a veces, no era nada fácil concertar una cita o hacer una acogida con tantas limitaciones, todos en ocasiones somos vulnerables y en un mundo que se desmoronaba temimos hundirnos. Pero todo es posible poniendo a Dios en el centro de nuestras vidas. Dios tiene el timón de esta barca que es la Iglesia y cuando arrecian fuertes marejadas como la de ahora, una vez más, nos ha demostrado que no tenemos nada que temer porque Él está con nosotros, y es por ello, que al final conseguimos llegar al puerto de cada corazón desvalido a implantar esperanza contra toda esperanza, esa misma esperanza que mantuvo fuerte a María, modelo de la Iglesia, cuando todo parecía perdido aquella tarde en el monte Calvario.

“El Señor ama a su pueblo” y nosotros, voluntarios de Cáritas, pretendemos ser testigos de Dios en la tierra, ser instrumentos de su amor que nos haga posible cambiar realidades. ¿Qué necesitamos para conseguirlo? Para conseguir realizar esta labor nos basta con mirar a Cristo, ponernos bajo su mirada para sentimos arropados por su fortaleza y su amor que todo lo puede y todo lo transforma, “en momentos recios, amigos fuertes de Dios”. Miremos al Señor con la confianza de que está con nosotros y pidámosle que nos siga guiando en esta tarea y nos ilumine y aliente a seguir siendo “artesanos de la misericordia”.

Mari Carmen Hernández Falcón
(Voluntaria de Cáritas Parroquial Divino Salvador de Castilblanco de los Arroyos).

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