II semana| Las tentaciones del camino, frente a la belleza de la paz interior

Oración de Santiago a los pies de la cruz

Mi lugar

 

Nunca supe qué decir,

ni qué pensar cuando hablabas,

solo supe escuchar

y disfrutar cuanto me amabas.

 

Mi madre quería un lugar para mí,

y tú mi otro padre,

Mi hiciste descubrir

que el mejor lugar era nunca soltarte.

 

Nada tengo que sea mío,

por eso perdóname,

que todo lo que tenga sea,

hacer de ti mi cobijo.

 

Aquí estoy, no sé dónde ir,

acompañaré a tu madre,

la derecha que seguro tú quisiste para mí.

 

Necesito que perdones,

las faltas que cometí,

las veces que te ignoré,

las veces que discutí.

 

No me entiendo lejos de tus enseñanzas,

pero ahora solo deseo tapar las heridas humanas,

pobre me recogiste,

y aunque más pobre parezca que me dejas,

rico me siento,

aunque también en deuda.

 

Ayúdame, vergüenza me da pedirte,

pero sin ti andar no sé,

y seguro estoy que me necesites.

 

Padre de mis desvelos,

de mis dudas y mis miedos.

Ayúdame a ser consuelo,

de tantos que como yo en la cruz te vemos.

Meditación

Seguramente para definir la vida de una persona tendríamos que aprovecharnos de muchas perspectivas, y sería enriquecedor que una de ellas fuera la de las tentaciones. El hombre es sujeto de tentaciones, y también es tentador para otras personas, lo es de modo inconsciente o consciente pero innegablemente lo es. A veces hay voluntad de tentar, con mayor o menor caridad, y otras sin darnos cuenta somos y estamos siendo tentados.

Analizar la vida desde la mirada de las tentaciones no es recrearnos en nuestros pecados, sino en nuestras fortalezas y debilidades. Lo cual es muy importante para lograr una auténtica paz interior.

Cómo las afrontamos, cómo nos damos por vencido, cómo las derrotamos, cómo las expandimos, cómo las abrazamos o cómo nos generan repulsión. Sea como sea el qué hacemos con nuestras tentaciones dice mucho de nuestra personalidad y de nuestra fe.

Es importante tener claro que hasta Jesús fue tentado, Mt 4, 1-11; Mc 1:12-13; Lc 4,1-13, por lo que no podemos afirmar que no hemos sido ni seremos tentados. La cuestión es si nos damos cuenta de ello y cómo actuamos.

El segundo aspecto a tener en cuenta, es que para superar una tentación no basta con evitarlas, sino con prepararse para ellas y aún más si intuimos cuales son nuestras debilidades.

En último lugar, todas las tentaciones dejan una huella en el interior, una huella de gracia o una huella de pecado, una huella de dolor o una huella de superación, una huella de derrota o una huella de ofrenda, pero una huella innegablemente deja.

Por todo esto sería bonito dedicar un tiempo a analizar las tentaciones del camino, pero para no caer en la tentación de la tristeza y el derrotismo, sería bueno plantearlas en el marco de la belleza de la paz interior.

Si analizamos el evangelio de Lucas (Lc 4, 1-13), las tentaciones de Jesús fueron tres.

La primera tentación fue: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan», lo que sinceramente dista bien poco de aquella otra tentación «Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo» (Lc 23,37) o su paralelo «Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, y desciende de la cruz» (Mt 27,40). Es la tentación de la tibieza, del dominio del lenguaje, de las medias verdades, de los argumentos falsos, de ponernos en el lugar que no nos corresponde desplazando a Dios. Jesús no necesita demostrar nada, su misión no está en convencernos con su poder y grandeza, Él solo quiere amarnos y mostrarnos de ese modo un camino precioso de vida en este mundo que compartimos temporalmente.

La segunda tentación es la del poder, «Te daré todo el poder y la gloria de estos renios, porque me la han entregado a mí y yo se la doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, toda será tuya». Pero esa misma tentación demuestra el poco poder del tentador ya que todo lo que tiene no es suyo, hay uno más grande que es quien se lo ha dado a él. La tentación es la de las falsas seguridades, la del poder temporal, el diablo no quiere que transforme la piedra en pan para que demuestre su poder, ahora más bien está intentando exponer el suyo y aprovecharse de la debilidad aparente de quien ama y confía. Jesús no necesita poderes temporales para demostrar su misión, no es que no necesite o no desee ese poder, sino que su poder es el de hacerse uno con el último, y desde ahí con todos.

La tercera tentación es la del afecto, «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo». Es la tentación que toca el corazón de quien siente la soledad de su misión, la incomprensión incluso, el vacío que a veces deja darse por entero a los demás. Es la tentación de la necesidad de ser escuchado, de ser acogido, de ser valorado, o de ser querido. Es la tentación de los miedos interiores, de la mirada perdida en el horizonte sin encontrar la tierra prometida. Es la tentación del vacío, del sinsentido, del tiempo y esfuerzos perdidos, del no puedo más, del nunca jamás volveré a pasar por esto, aunque ya hayas perdido la cuenta de cuantas veces has pasado…

Las tentaciones triunfan cuando uno no sabe qué quiere de verdad, cuando no tiene clara su misión, cuando aparece la desorientación de quien no tiene puntos de apoyo que le orienten, o cuando se es tan frágil que cualquier cosa te derriba.

Pero la solución no está en cambiar de quereres cada tres por cuatro, ni cambiar de rumbo sin ton ni son, ni escuchar al primero que aparezca por muy bueno que sea, ni de hacernos rocas inamovibles.

La solución está en tener pasión en todo lo que quieres, en que esta pasión te lleve a buscar incesantemente la meta que ansías, que deseches a todo el que te habla mal de tu misión y les hables con amor de tu precioso camino y tu preciosa meta, y que seas tan ligero que el soplo del Espíritu te lleve volando allí donde deseas.

El hombre peregrino por el mundo, no va de turista como si el mundo no le importase, al contrario, se enriquece con lo que ve y disfruta de lo que vive, porque todo ello le lleva a la meta que añora y busca cada día. El peregrino vive en paz consigo mismo, con su entorno, con el futuro y el presente y aún más con el pasado, el peregrino es consuelo para todos y paz para quien lo desee.

No habrá paz para quienes viven en guerra, con su pasado lleno de tinieblas, con su presente vivido como una desgracia continua, con su futuro lleno de especulaciones con la caprichosa semidiosa fortuna, con un destino que parece una condena y no una oportunidad de salvación.

El cristiano vive en paz porque es consciente que su camino le salva, sus pasos son regueros de agua viva que van sembrando de esperanza allí por donde pasa, que su mochila está llena de regalos en forma de recuerdos de las batallas luchadas da igual si perdidas o ganadas. El cristiano es ante todo un orante que con su oración disfruta la belleza que hay en cada tarea diaria, sabiendo que por muy difícil que sea se reconoce a sí mismo como luz para otros que siguen su sendero. La belleza no está en lo que hace sino en por quienes lo hace, por qué pasión la inspira, por qué nueva meta desafía.

Qué bonito es contemplar nuestro camino como una oportunidad, como un orgullo, como una historia de salvación en la que todo lo que hacemos y vivimos es una muestra de Amor con mayúsculas.

Seguramente en el camino habrá tropiezos, nos robarán ladrones de ilusiones, nos perderemos por falsas e interesadas indicaciones, o sencillamente nos dejaremos llevar por esas tentaciones. Pero nuestra mochila de momentos en que hemos reconocido nuestra salvación nos permite confiar con plenitud en el reto que significa levantarnos y la belleza que supondrá retomar el camino.

No somos masoquistas que saborean la sangre derramada, muy al contrario, somos enamorados que al sangrar nos descubrimos donantes de amor para quienes nos seguirán. No necesitamos saber quien recibirá esa bolsa de sangre, cada gota que ha salido de nuestra vida lleva por nombre esperanza del caminante.

Si de entre los discípulos de Jesús muchos cayeron en tentaciones, si muchos abandonaron el camino o le negaron en algún momento, si uno le traicionó y otros se ocultaron para no verlo, si unos le juzgaron falsamente y otros a gritos su muerte pidieron, si uno se lavó las manos y otros tantos le siguieron, si unos cuantos se sortearon sus ropas y otros tantos su espalda colmaron con sus latigazos de sangre, a pesar de todos esos…Jesús siguió su camino y llenó de amor el corazón de todos los siguientes peregrinos.

Este es un buen momento, como cualquier otro, para abandonar las malas excusas, las medias verdades, la tibieza envuelta de falsedades. Es el momento de superar tentaciones, de curar las heridas y llenarnos del valor que hace que lo que vivimos valga tanto como queremos, la oportunidad de que nuestra mirada al futuro sea tan intensa que otros al vernos descubran los motivos para caminar con nosotros, el gesto necesario para que el recuerdo de este momento sea tan intenso que tengamos la certeza que el tiempo no podrá borrarlo.

Seamos Historia con mayúsculas, no para ser escrita en libros olvidados o expuestos en armarios de colores, sino para sabernos satisfechos que nuestros pasos tienen huellas tan hondas que marcan el suelo que pisamos.

Recuerda: “Descálzate, el suelo que pisas es sagrado” (Ex 3,5) no porque tus pies lo sacralicen, sino porque tus actos se enriquecen con cómo Dios está mirándolos». 

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